Paseo inmoral
Es innegable que en el cine el famoso subgénero de la violencia y el acoso sexual no es para todos lo públicos, pero también es innegable que, por más desagradable que parezca, no lo dejamos de consumir. En los últimos años se popularizó aun más este estilo de películas y se constituyó en dos vertientes muy claras: la que aspira más a lo detectivesco, la figura de la criminalidad y la culpabilidad ante la justicia; y aquella que refleja lo psicológico, lo primitivo e instintivo, que puede ir desde el snuff (videos caseros reales de asesinatos, violaciones, torturas y hasta necrofilia) hasta historias completamente ficcionalizadas. Cuando hablamos de El Cadáver de Anna Fritz (2015) nos referimos al segundo aspecto.
La mujer en cuestión (una muy correcta Alba Ribas) es una bella y conocida actriz que un día es hallada muerta en la suite de un hotel. Su cuerpo es llevado a la morgue donde trabaja Pau (Albert Carbó), quien se nos presenta como un ferviente admirador de los cuerpos desnudos de las mujeres fallecidas que entran al lugar. Cuando Pau descubre que Anna Fritz es ingresada a su lugar de trabajo, convoca a sus amigos para darles la buena nueva: una de las artistas más famosas y sexies del momento se encuentra a entera disposición para ellos. Y aquí es donde comienza un camino que no tendrá retorno para los amigos. Después de abusar sexualmente de ella, una serie de hechos desafortunados serán los verdaderos protagonistas de esta historia.
Poco más de 70 minutos es la duración ideal para éste, el primer largometraje de Héctor Hernández Vicens, un realizador más fogueado en series para TV. Los aciertos de su película son varios: una producción artesanal que se rodó casi en su totalidad en un único set (la morgue de un hospital) y con sólo cuatro actores en escena, que se vuelven cada vez más ínfimos en un entorno tenso y angustiante, en el que la muerte les pisa los talones constantemente.
Tres personajes representando a un “villano” particular; aquel que ejerce la maldad incluso sin querer hacerlo del todo; para el caso un perfil muy diferente al del violador serial. Para lograr ese tipo de maldad (simple y básica), Vicens eligió a unos personajes del mismo calibre: clase media-baja, nivel cultural medio-bajo, nivel ético medio-bajo.
Salvo por la inverosimilitud de algunas escenas de pleno acoso sexual al cuerpo, El Cadáver de Anna Fritz nos podría recordar perfectamente a Deadgirl (2009) o a Escupiré sobre tu Tumba (I Spit on Your Grave, 2010). El film de Vicens está en el medio de ambas, entre el encuentro con un cuerpo casi muerto y el abuso como elemento de poder hacia el otro hasta dejarlo al borde de la muerte. En una película de estas características, hay una delgada línea entre la inmadurez de sus personajes masculinos y sus niveles de perversión.
Después de haber recorrido importantes festivales internacionales y de haberse proyectado en Argentina este año en Espanoramas (muestra de cine que reúne lo mejor de las producciones españolas), El Cadáver de Anna Fritz es un ejemplo de que, al menos para los consumidores del subgénero, lo desagradable se puede convertir en algo magníficamente contado.