Adorando a Pasolini Raúl Perrone se caracterizó desde sus orígenes por ser un director rupturista: opta por filmar de manera independiente -sin ningún tipo de subsidio-, sin productores, casi siempre en Ituzaingó (la localidad donde vive) y casi sin artificios técnicos. Su cine es puro y realista, usualmente en blanco y negro y con un tratamiento sonoro particular. Para muchos, Perrone da la impresión de hacer un cine amateur, pero lo de él es más experimentación y minimalismo que falta de conocimiento. Perrone quizá sea un director aún incomprendido, pero a su vez ha logrado contar con un gran número de fans a lo largo de los años. En esta oportunidad nos deleita con Corsario (2018), en la que elige un actor para ponerle el rostro de Pasolini, su director predilecto y admirado. En la película la cámara de Perrone acompaña a su protagonista desde un casting para una nueva película hasta los momentos de café en la confitería y la mirada fascinada y sexual hacia los jóvenes de una plaza, significándolos como sus amantes en un poema con voz en off y escenas que remiten a cuadros de Caravaggio. Todo esto en las calles comunes del barrio de Ituzaingó pero haciéndolas pasar por los bellos pasajes de Italia. Y además filmado con una cámara estenopeica, hecho que consigue separarnos de un cine de alta definición para encontrarnos con imágenes fuera de foco, manchas en la cinta y colores difuminados. La magia del cine de Perrone radica justamente en eso, en soñar lo que no somos y en ser lo que queremos ser. En Corsario Perrone es Pasolini y Pasolini es Perrone. Fanatismo y ficción juntos.
Tóxico: Barbijos en pareja. En medio del parate cultural por el Coronavirus, el cine argentino encuentra su lugar con estrenos online. Este jueves llega a Cine.Ar TV y Cine.Ar Play Tóxico (2020), la primera película nacional en anticipar la pandemia. En estas épocas de cuarentena, siempre decimos que lo mejor es estar conectados, acompañados (en la medida que se pueda) y que -para muchos- representa una etapa de introspección y reflexión. Al ver una película como Tóxico, del debutante Ariel Martínez Herrera (mentor de productos desopilantes para UN3TV, como «Famoso» y «Periodismo Total») nos remite inmediatamente a nuestra actualidad. Es que, sin querer y hace tres años, el director se adelantó a nuestro tiempo con este drama que tiene tintes de comedia y, además, coquetea un poco con el género fantástico. Laura y Augusto se animan a la ruta en su motorhome para escapar hacia un lugar más seguro, lejos de la gran ciudad que acoge una pandemia, cuyo síntoma principal es el insomnio. En el camino se encuentran con policías amenazantes, un chico con sustancias raras en su poder y personas actuando de forma extraña. Pero ellos, en medio de todo, tienen su propia cotidianidad: desayunan, discuten, se ríen y deciden. Sus diálogos no tienen desperdicio. Jazmín Stuart y Agustín Rittano conforman aquí una dupla efectiva. Lo más divertido: una charla sobre si usar o no barbijo cuando están juntos, que remite con ironía a cuidarse o no con preservativo. En una realidad como la nuestra, en la que los memes constituyen casi un aliciente para reírnos de lo trágico, en la que le encontramos gracia al uso de barbijos y en la que tratamos de encontrarle el lado «amable» a no tener casi contacto con otros humanos, Tóxico representa un espejo de todo eso; sobre todo cuando el centro de la película es una pareja joven que afronta los hechos lo mejor que puede. La banda sonora de Lucas Fridman nos va marcando el tono de la película: una tragicomedia con algunas puestas teatrales extensas y algún que otro bache narrativo, pero que no pierde la frescura en ningún momento. Por otro lado, hay una marcada representación del afuera y el adentro, dos elementos que van a la par en el film; cuando afuera el mundo está roto, adentro puede haber una gran oportunidad para reconstruirlo o afianzarlo todo. Para los que miramos mucho cine post-apocalíptico, este tipo de películas siempre nos remite a las crisis internas. A cómo reaccionamos frente a un mundo devastado (cuando estamos también rotos por dentro nosotros). ¿Cómo nos cambian estas situaciones con nosotros mismos y para con los demás?. Así, estos films, claramente, se vuelven de carácter social. En definitiva, Tóxico es una road movie en la que sus personajes no saben absolutamente nada sobre el virus y cómo defenderse de él. No saben hacia dónde van ni cómo terminará todo. Algunos ya la catalogan como un «documental involuntario» por sus imágenes de supermercados desabastecidos y de incertidumbre asfixiante, muy parecido a lo que estamos viviendo por estos días. Lo cierto es que esta película de Martínez Herrera parece más liviana; no es más que una colorida y minimalista ficción sobre las relaciones humanas y sus avatares.
El hombre invisible: Puedes correr pero no esconderte. Esta semana una nueva versión de El hombre invisible desembarcó en las salas con gratas sorpresas: un guion sólido, un protagónico a la altura y un tema coyuntural: la violencia de género. Es época de «reversiones» y revisiones. Estamos en la era del refrito y las nuevas franquicias de grandes películas que supieron conseguir su público en su momento. Por su parte, El hombre invisible, el clásico de 1933 de James Whale, basado en la novela homónima de H. G. Wells, hoy -año 2020- muestra otra cara. Hace un tiempo, desde los estudios Universal se barajó la idea de crear un nuevo universo de monstruos y villanos revisitados en nuevas películas (La momia de 2017, por ejemplo, protagonizada por Tom Cruise). Este fue un intento fallido, dado que la taquilla no respondió como esperaban y las críticas menos. Esta versión de El hombre invisible, protagonizada por Elisabeth Moss (el rostro inigualable de mirada intensa de la serie «El cuento de la criada«) y dirigida por el australiano Leigh Whannell -guionista y coprotagonista de El juego del miedo y guionista, además, de la saga La noche del demonio -, afortunadamente se aleja de todo ese contexto. Igualmente siempre cuesta creer que lo nuevo supere a lo viejo. Aquí el resultado fue sorprendente. Por supuesto que todo producto nuevo tiene que saber venderse como tal en un actual mercado cinematográfico muy diferente al de los años 30, con nuevas reglas de juego y una coyuntura particular. La versión 2020 del clásico de terror tiene una vuelta de tuerca de violencia contra la mujer y empoderamiento femenino. ¿Les resulta familiar en el cine de estos días? La primera escena de la película es contundente. Se destaca por su fuerza narrativa y un clima de suspenso y peligro constantes. Cecilia Kass (interpretada por Moss) intenta escapar de la mansión donde convive con su pareja, mientras él duerme, llevando a cabo un plan meticulosamente pensado. Esta secuencia no tiene casi banda sonora, lo que implica que el espectador se concentre pura y exclusivamente en la acción con una especie de sensación de «vivo». Por su parte, el villano en cuestión, el novio de la protagonista – a quien no vemos completamente hasta casi el final del film – recibe en la ficción el mismo apellido que el hombre invisible de los años 30: Griffin. Sólo cambia su nombre de pila pero también es un científico reconocido, como el Griffin de Claude Rains. Aquí el «monstruo» humano logra ser invisible por medio de la tecnología luego de haber sido dado por muerto. En la película de 1933, Jack bebe sustancias que lo convierten en un hombre cargado de violencia, pero en vida. Lo que sigue es la historia de una mujer acosada, perseguida y sometida que tiene miedo de poner un pie fuera de la casa de su amigo, lugar donde pretende llevar una nueva vida. Cecilia siente constantemente la presencia de Adrian en su vida, se asusta aún más, es dada por loca y lo que sigue es spoiler. Pero lo cierto es que Whannell sabe de construcción para la ficción. En cuanto a clima, nos mantiene todo el tiempo aferrados a la historia, empatizados, sumergidos. A su vez, no descuida el trabajo de arte y representación de los alrededores de los protagonistas. A nivel narrativo, se toma su debido tiempo para presentar a los personajes y sus historias y contiene algún giro inesperado. El nuevo hombre invisible es una apuesta potente dentro del cine de género pochoclero. Se puede decir que está entre medio de ese y aquellas nuevas películas que nos quieren contar y decir otras cosas mucho más profundas. Aquí no hay lugar para el humor o la ironía. Whannell va al hueso y sabe lo que hace.
Amenaza en lo profundo: Asfixia y cine híbrido. Luego de la fusión 20th Century Fox–Disney, Amenaza en lo profundo (Underwater, 2020) llegó esta semana a los cines argentinos como un híbrido: terror, acción, thriller, referencias a Alien, Lovecraft y corrección política (o moraleja medioambiental). Todos estos elementos están visibles en la película de William Eubank – director dedicado a la ciencia ficción – casi desde el comienzo, momento en que nos encontramos con una Kristen Stewart diferente a la que recordamos en films anteriores. Mientras se lava los dientes sola en paños menores en un baño de una base submarina, reflexiona sobre la vida y escucha temblores y ruidos extraños a su alrededor. Unos minutos después la acción y el ritmo vertiginoso toman la pantalla casi sin descanso hasta el final. Este factor favorece mucho a la película, dado que estamos frente a una trama por demás simple. Entonces, aquí, el ritmo narrativo lo es todo. Stewart interpreta a Norah, una de las seis sobrevivientes del colapso de dicha base subacuática, del que aún se desconocen los motivos. Su personaje – tanto desde lo físico, lo dramático y lo envalentonado – es un homenaje evidente a la Ellen Ripley de Alien. Es más, algunos ya se arriesgan a decir que el film es claramente «Alien pero bajo el agua». Así las cosas, la intención todo el tiempo es sobrevivir y buscar las causas de tremendo accidente. En ese camino, nos encontramos con personajes variopintos: el veterano capitán de la misión (un Vincent Cassel convincente); T.J. Miller, encargado de aportar la dosis de humor a todo el drama, y la miedosa del grupo (Jessica Henwick). Con esta variedad en el casting, la película nos lleva de un lado a otro y sigue ganando puntos en su ritmo narrativo. Ahora lo terrorífico. En el agua, en la oscura inmensidad del fondo del mar, algo despertó (como en Megalodón -The Meg, 2018). Ese «algo»- con reminiscencias primero a Slenderman cuando uno de los personajes menciona su parecido, y luego a las criaturas típicas de Lovecraft o al kraken de Furia de Titanes – cobra cada vez más protagonismo. Otro aspecto que ayuda, y mucho, al ritmo, la acción y la fantasía. Poco y nada se explica de esta criatura acuática. Sólo se hace referencia a que se llegó demasiado lejos excavando, como si fuera una moraleja sobre lo peligroso que es el hombre ambicioso. Pero queda una duda: ¿es un ser mitológico o es un extraterrestre?. Bastante queda por responder ahí. Y el último punto fuerte es (y viene siendo últimamente en casi todas las películas estadounidenses) la preponderancia y la fuerza femenina en toda la cuestión: Norah es fuerte, es de armas tomar y toma las decisiones sola. En resumen empoderamiento y cine catástrofe en estado puro.
Gretel & Hansel: Un siniestro cuento de hadas (y de mujeres). Gretel & Hansel (2020), una nueva versión del cuento clásico, llega a los cines argentinos esta semana, y ya se perfila como un exponente más de la llamada extra-oficialmente «Nueva ola del cine de terror». Hace ya un par de años venimos siendo testigos de una nueva ola de cine de género, más precisamente, de una nueva ola de cine de terror. Films que, si bien llegan a las grandes salas, no son pochocleros, sus tramas no vienen tan «masticadas» ni sobre explicadas, aportan nuevas miradas – y por qué no, un nuevo concepto de «oscuridad»- y hasta utilizan otros recursos, recorren otras líneas argumentales y, sin duda, le exigen al espectador más atención, comprensión y análisis. Estas películas, claramente, parecen no ser para todos los públicos. Después de ver en cine gemas como Hereditary (2018), Midsommar (2019) y Nosotros (Us, 2019), muchos seguramente habrán quedado un tanto desconcertados e incluso insatisfechos. Gretel & Hansel: Un siniestro cuento de hadas, de Oz Perkins (hijo del gran Anthony Perkins, que interpretó a Norman Bates en Psicosis de Alfred Hitchcock) proviene del cuento clásico alemán de los hermanos Grimm publicado en 1812. Ya todos conocen su historia y hubo varias adaptaciones para la pantalla grande. Pero bien podría decirse que ésta pertenece a la nueva ola de películas mencionada más arriba. Ya desde la inversión de los nombres de sus personajes en el título, nos podemos hacer una idea de que muchos aspectos cambian. Y así fue. La preponderancia, el protagonismo, es de Gretel (el personaje femenino en cuestión, interpretado por la siempre destacable Sophia Lillis, recordada por su glorioso papel en It (2017)). En ella radica mayormente el potencial de la película. Y complementa muy bien otra figura femenina: Holda, la anciana, encarnada por la excelente actriz sudafricana Alice Krige, quien le aporta una gran profundidad a su «Bruja». Juntas dan pie a la fórmula infaltable en una película que reivindica el empoderamiento de la mujer y el surgimiento de un nuevo tipo de villana de cuentos; aquella que se deshace de los hombres y «adoctrina» a las jóvenes para formar un clan de mujeres poderosas. Por su parte, Gretel – desde pequeña y antes de dar con la bruja – ya conoce lo que es la muerte, la pérdida, la pobreza, el abandono y los peligros del mundo. Así transita con su hermano por el bosque (el mundo), como su protectora, aferrándose a la idea de supervivencia. Pero ella tiene el poder de decidir por sí misma, de arriesgarse. Es la joven empoderada que el cine hace tiempo viene representando. Y todo ese poder, en la película, se irá transformando. Del cuento clásico, entonces, sólo queda la estructura. Los dos hermanos se van de su casa en búsqueda de comida y trabajo, se encuentran con un leñador que los orienta en su camino, luego encuentran una misteriosa cabaña y, atraídos por las luces y el aroma a comida, deciden entrar y quedarse, aunque con cierto temor. Lo demás son giros arriesgados en un film muy seguro de sí mismo y de lo que quiere contar. Sostiene el relato, además, todo el bagaje visual: una especie de atmósfera gótica, un peculiar uso de sombras y contraluces y los colores llevados al extremo en los planos referentes al bosque. Gretel & Hansel: Un siniestro cuento de hadas desembarca como una rareza contemplativa, una película lenta pero inmersiva, que conserva el folclore alemán y la fantasía, pero mucho más perturbadora y adulta. Sin dudas el cuento nos asustó de chicos, pero esta reinterpretación de Perkins también tiene sus componentes aterradores. Y para los aficionados al género, que haya sido producida por el mismo equipo que se encargó de films como Sinister (2012) y La Morgue (The Autopsy of Jane Doe, 2016), seguramente resulte ser una buena referencia.
La Maldición Renace: La pesadilla continúa. ¿Recuerdan esa película japonesa sobre una casa maldita en la que habían asesinado a una mujer y a su hijo con profunda ira? De esa leyenda y de esa película hubo varias versiones. La que llega hoy a los cines haciéndole homenaje dista mucho de aquella. Para hablar sobre La maldición renace (2020), primero es necesario hacer una distinción fundamental. No es una remake y definitivamente no es una reboot. Para quienes no estén en tema, esta película de Nicolas Pesce (director de «Los ojos de mi madre» – 2016, una fábula de terror rural filmada en blanco y negro) no hace más que incorporar una nueva entrega al universo Ju-On que empezó construyendo Takashi Shimizu en 1998 con dos supuestas precuelas, para seguir en 2002 con dos películas estrenadas comercialmente, que se convirtieron en clásicos del género. Una remake hubiera supuesto una película idéntica a la original. Una reboot implicaría una versión totalmente diferente de la misma historia. Por lo tanto, La maldición renace no es ni una cosa ni la otra. Partiendo de los hechos, lo concreto es que esta nueva entrega comienza en el 2004 en la emblemática e inolvidable casa «embrujada» de Tokio, cuando una enfermera sale espantada alegando que algo raro ocurre dentro del lugar. Luego la vemos volviendo a su casa, con su familia, pero el momento en que realmente empieza esta nueva película es cuando una serie de extrañas muertes se conectan cada vez más con el paso de los minutos. Pero esta conexión ni siquiera será con la casa de Tokio, sino con la de la enfermera, en Pensilvania. Lo que La maldición renace nos muestra es que la mujer «arrastró» consigo toda esa oscuridad y maldad hacia su propio hogar, condenándose a ella misma y a toda su familia. Aquí es donde entran en juego dos detectives que investigan el caso que lleva años – el film va y viene en el tiempo, digamos, no es lineal, justamente para adentrarse en cada uno – hasta las muertes actuales. Los detectives son Maldoon (Andrea Riseborough, ni más ni menos que la protagonista femenina de «Mandy» – 2018) y Goodman (Demián Bichir, visto recientemente en «La Monja» – 2018, como el Padre Burke). Como dijimos, la trama se va tejiendo con flashbacks para reconstruir cada subtrama: la de un matrimonio de agentes inmobiliarios que espera su primer hijo, la de una pareja de ancianos que tiene a Lin Shaye, cuyo rostro ya es familiar en los films de terror; y la de la propia familia Landers, epicentro del horror y anfitriona de la «nueva» maldición. Una gran variedad de personajes desfilan y se conectan entre sí en un relato un tanto forzado, que deja de lado lo terrorífico de la primera Ju-On para dar lugar a lo detectivesco y darle preponderancia a la historia de Andrea Riseborough, que interpreta a una mujer viuda y sola con su hijo pequeño, que acaba de atravesar un hecho traumático: la reciente muerte de su marido debido a un cáncer fulminante. Aunque producida por Sam Raimi – también productor estrella de No Respires (2016) y Posesión Infernal (2013), entre otras del género – cuesta catalogar a La maldición renace como una película de terror. Sí tiene pequeños momentos de sobresaltos pero no deja de parecerse a las demás producciones que desembarcan en nuestro país. Lo único que provoca este factor es que extrañemos aún más a la original y que, incluso, pensemos que ningún intento por seguir contando la misma historia podrá ser igual a la primera jamás.
Piedra, papel y tijera: No hay lugar como el hogar. Piedra, papel y tijera (2019) es la primera película de Martín Blousson y Macarena García Lenzi, producida por Javier Diment (director y productor de La memoria del muerto, El propietario, Parapolicial Negro y El eslabón podrido). Bajo este paraguas de títulos y con la trayectoria de Blousson dentro del cine de género nacional como guionista y editor, no se puede esperar menos que una potente nueva apuesta por el terror y el suspenso en nuestro país. Desde el inicio, desde la primera escena en la que alguien toca insistentemente el timbre de la enorme casa en la que María José (Valeria Giorcelli) y Jesús (Pablo Sigal), dos hermanos ermitaños, viven hace años casi camuflándose perfectamente con los muebles del lugar; desde ese preciso instante en que alguien interrumpe la paz, desde ese momento sabemos que algo anda mal. Algo late en esa casa grandísima de mármol con olor a antiguo (esa es la sensación que tenemos como espectadores) y esculturas religiosas casi por doquier como si fuera un gran santuario. Lo que late es un extraño vínculo entre hermanos y un hecho traumático para ambos: la muerte de su padre. La única conexión con el mundo exterior es la llegada de una medio hermana de María José y Jesús. Es Magdalena (curioso nombre junto a los otros dos), acaba de llegar de España luego de muchos años de ausencia, y es quien, luego de esta muerte, viene a querer quedarse con su porción de la torta. Hay muchos elementos físicos y metafóricos dentro de la película. Los físicos se pueden apreciar bien gracias a un meritorio trabajo de arte y puesta en escena. Y los metafóricos ya parten del título del film: el triángulo de la piedra, el papel y la tijera se vuelve cada vez más atractivo narrativamente hablando. Los tres hermanos son los representantes de un ambiente enrarecido constante, de una tensión que se acrecienta con el correr de los minutos y de aquel nostálgico suspenso e incertidumbre de Misery (1990) o de ¿Qué pasó con Baby Jane? (What Ever Happened to Baby Jane?,1962), pero sobre todas las cosas, son los protagonistas de un juego de roles y de poder. Blousson y García Lenzi van construyendo (basándose en la obra teatral Sangre de mi sangre, de la propia Macarena) esta historia de personajes rotos emocionalmente, que no pueden dejar de vivir de recuerdos y que se prestan a juegos perversos. Pero lo más interesante de la película no es sólo su planteo atípico y por demás original dentro del espectro del cine nacional, sino también su imprevisibilidad. Jamás podemos adivinar lo que va a venir. Los directores, así, juegan también con nosotros como espectadores, y nos sumergen en la misma claustrofobia de sus protagonistas. Blousson conoce a la perfección el género por haber trabajado junto a los más representativos directores de cine de terror del país, por lo que tiene clarísimo ese registro. El elenco es magnético y se destaca Valeria Giorcelli, quien construye el personaje más complejo de la película. Le aporta versatilidad a una trama que necesita moverse todo el tiempo para mantener el dinamismo y así convertirse en un gran exponente de género dentro del amplio espectro de estrenos en cartel. Perversa, retorcida, hipnótica. Así se nos presenta Piedra, papel y tijera (2019) para sacarnos un poco del cine «de siempre», de los pochoclos, de la tibieza y de la comodidad.
El Rey León: Desabrido relato de felinos. Cuando vemos una remake o reboot de cualquier película, irremediablemente la pregunta que surge es si es necesaria o no. Este es un planteo muy común y a veces damos con la respuesta, pero otras veces no. En el caso de un gigante como Disney, la respuesta a esta pregunta resulta más que obvia: en su momento, en los años ’90, sus películas tuvieron tanto éxito que es inevitable pensar que ahora van por más (económicamente hablando). Resuelta esta cuestión, entonces se puede pasar a otra: ¿de qué manera encararán un nuevo proyecto? Allá por 2016, Disney se embarcó en una versión live-action de El Libro de la Selva que pareció no haber causado mucho revuelo. Pasó sin pena ni gloria por los cines argentinos. Y anteriormente Maléfica (2014), en realidad un spin off, nos contaba los avatares de una de las villanas clásicas de nuestra infancia. Así es que -posteriormente al fenómeno de animación en conjunto con Pixar- la compañía comenzó una especie de “ola” de nuevas películas con actores de carne y hueso. El Libro de la Selva, al menos, ofrecía algunos nuevos elementos a la trama sin dejar de basarse en la historia original que ya conocíamos todos; y Maléfica hizo lo propio: plantear un relato de una villana temible con un desenlace muy diferente. Una gran sorpresa para los espectadores. Este año es de El Rey León, de Jon Favreau, un film calcado plano por plano y con diálogos idénticos. No es que la película de Favreau sea mala, sino que peca de poco arriesgada. Desde lo narrativo no cuenta con casi ninguna particularidad, no juega con nada nuevo, no apuesta, no tiene huella propia. Es un calco exacto de su antecesora y eso la hace poco necesaria. Sí – hay que reconocerlo –, uno se vuelve a emocionar y a sentir esa nostalgia de la primera vez con el film de animación, y seguramente las nuevas generaciones de espectadores de películas de Disney la disfrutarán enormemente. Por el contrario, los más puristas y fanáticos seguramente no se hallen demasiado en este nuevo formato. A nivel tecnológico, la película de Favreau es incuestionable. La parafernalia moderna y exquisita de sus efectos visuales capturan a cualquier espectador ávido de activar sus sentidos con imágenes de alto impacto visual y sonoro. Se logró un nivel de realismo indiscutible en todos los aspectos, aunque este punto le quite cierta emotividad y clima a la totalidad de la película. Se llega a disfrutar –y a reconocer– alguna voz inconfundible de actores y actrices de trayectoria como Seth Rogen en el papel del inolvidable Pumba –aportando junto a Timón (Billy Eichner) una buena dosis de humor– y Beyoncé como Nala de adulta (con el detalle de que Mufasa vuelve a ser interpretado por el gran James Earl Jones). Otro de los problemas de este Rey León es el ritmo. Este factor hace que las escenas más importantes de la película (la muerte de Mufasa, el ascenso de Scar al poder, el reencuentro entre Simba y Nala, cuando Simba adulto se identifica con su padre muerto, entre otros) no tengan el peso ni la energía esperados. Aquí parecen momentos fugaces, poco emotivos y poco potentes. Una lástima. Donde más brilla el film animado es justamente en estos momentos. Quien aun tenga bien fresca la película animada de 1994, seguramente reconocerá algunos cambios sutiles en varias escenas (se alargaron y acortaron algunos fragmentos, y se le otorgó a Nala un papel más activo en la rebelión de las leonas contra Scar). No sabemos si se pretendió hacer una versión más “feminista” o no; sí tiene algunos toques modernos que la acercan a los tiempos que corren, pero el caso es que este Rey León viene un poco apagado y falto de nuevas ideas.
Cementerio de Animales: A veces la muerte es mejor. El cine de terror de los años 80 y 90 claramente no es el mismo que el de ahora; y esto no es novedad. El cine actual está plagado de reciclajes, repeticiones y la aparente carencia de buenas u originales ideas. Todo tiempo pasado fue mejor, dicen algunos. Y en el cine, muchos también piensan de este modo. Cuando se empezó a promocionar una nueva película sobre “Cementerio de Animales” (¡si, ese clásico de la literatura de Stephen King que fue llevado a la pantalla grande en 1989 por Mary Lambert!) no sólo no nos sorprendimos, sino que además descreímos totalmente de ella. Resultó finalmente que la actual, dirigida por Kevin Kölsch y Dennis Widmyer, desembarcó para mostrarnos que todavía se pueden filmar remakes interesantes -no se puede dejar de citar un ejemplo de hace unos años que da perfecta cuenta de esto: de la mano del director argentino Andy Muschietti, vimos una nueva versión de ”It: Eso” (2017) que dejó al público y a casi toda la crítica con la boca abierta – y que en función de un guion más ágil y moderno, se pueden modificar algunos detalles de la historia original sin traicionarla. Como ya se dijo, el cine de los años 80 es totalmente diferente. La anterior “Cementerio de Animales” no resultó ser brillante (la lentitud en la sucesión de los hechos le baja muchísimos puntos). En cambio, la versión de Kölsch y Widmyer, además de contar aquella historia con más dinamismo, presenta más potentemente sus elementos clave en el guion: la presencia del gato malvado (al igual que la anterior, pero más reiterada), una vuelta de tuerca a la clásica escena del accidente del camión en la carretera, algunos cambios en la historia familiar… esto confluye en una trama sólida y creíble (dentro de lo increíble) apoyándose, además, en actuaciones convincentes, un meticuloso trabajo de arte y puesta en escena, y un poderoso desenlace. La mayoría ya vio la adaptación anterior de la novela, el cementerio de mascotas delante de un gran y espeluznante cementerio indio que causa estragos (aunque los únicos responsables de todo son los humanos). No hace falta contar demasiado sobre ésta. Lo mejor que se puede hacer es disfrutar de una nueva maravilla del cine de género de nuestros tiempos. Una película que se diferencia de la gran cantidad de remakes de la industria actual. Hasta no suena demasiado descabellado olvidarnos por un momento de su predecesora y saborearla como un exponente que reinventó y resignificó el relato de Stephen King sobre el cementerio maldito.