Una de las tantas víctimas de este jueves infame para la distribución y exhibición de cine argentino es El cadáver insepulto, una gratísima sorpresa de género que pendula con seguridad entre el thriller psicológico, la exploración de los códigos de la “masculinidad” y los tópicos del cine de terror, pero de cuyo estreno, lamentablemente, se enterarán poquísimos (también compite por estos días en el Festival Buenos Aires Rojo Sangre).
La película de Alejandro Cohen Arazi presenta a Maximiliano, un psiquiatra que sufre extrañas visiones de un pasado traumático que intentó dejar atrás mudándose a la ciudad. La muerte de su padre adoptivo –Maxi se crió en un orfanato-, con quien se hablaba poco y nada, lo obliga a volver a su lugar de origen y reencontrarse con sus hermanos, la puesta en marcha de un perverso ritual con el cadáver y una dinámica social deforme, surrealista y por momentos aterradora digna de David Lynch. No es descabellado pensar en Maxi como un Agente Cooper llegando a un lugar desconocido y donde lo real convive con la fantasía y nada es lo que parece.
“La vida no es fácil. La muerte, tampoco”, se dice cuando promedia el metraje. El cadáver insepulto es de esas películas que sortean la falta de recursos con ideas de puesta en escena, varias secuencias de altísimo impacto (la faena en el matadero), un tono seco y despojado que pone en primer plano una violencia simbólica y figurativa constante y una cadencia narrativa reposada que va corriendo el velo de una familia atravesada por los traumas, la perversión y el espiritismo. El cadáver insepulto, queda claro, merecía un estreno mejor.