Nightmare Alley (1947) fue una especie de melodrama social que se vestía de film noir en un extraño contexto circense de posguerra. En él se narraba la historia de Stanton Carlisle, un laburante de estas ferias pintorescas, y su habilidad para engañar a la gente con un espectáculo que lo llevaría de la fama y las luces a la ruina total. Guillermo Del Toro, realizador irregular, dueño de algunas muy buenas películas y otras mediocres y fallidas, toma este clásico de Edmund Goulding para recrear el relato de este personaje que por ambición lo pierde todo como pasaje y camino hacia la redención. Las distancias entre una y la otra son claras, y el resultado más cantado que una ópera de Verdi: donde la original desbordaba sutileza, precisión, elegancia visual y narrativa, la nueva exhibe grosor, regodeo, impericia narrativa y efectismos varios.
En el film de Goulding, Stanton entrega su corazón a Molly, la mujer más linda de la caravana. Molly, que representa la salvación y en parte lo sagrado dentro de un relato maquiavélico y sombrío, cede ante el magnetismo de Stanton y ambos dejan el circo para montar un show propio con las habilidades que aprendieron de una pitonisa y su marido. En un principio la joven cede ante las estafas que le dan prestigio al dúo y se sube al caballo sin reparar que Stanton es ya un arribista que no parece tener límites y que caerá en picada hacia la perdición. Molly abandona a su habilidoso compañero y amante y éste experimenta un descenso a los infiernos que lo deja en la lona. Una vez que ese camino pedregoso daña cada paso del chanta de turno, lo que dará forma a la obra es su naturaleza redentora y su funcionalidad hacia un discurso o visión del mundo clara y específica teniendo en cuenta que lo que narra es lo justo y necesario. En cambio, en la obra de Del Toro Stanton no deja claro si alguna vez realmente amó a esa mujer inocente y dedicada: todo se destruye en este film, porque todo lo que rodea al protagonista es infestado por su ambición y su sed de poder. Lo que ya puede dar indicios del esperable final que se amasa entre manos. El relato parece sobrepasado, casi desbordado por su ambición estética y narrativa, su incesante necesidad efectista y puramente emocional; donde un pasado nefasto condiciona psicológicamente al protagonista, salpicando así de un tono tremendista el todo para arribar a un final con una moralina cantadísima. Parte, solo parte de la moral cuestionada en esta versión estaba en la original, pero funcionando a su vez como castigo simétrico (tanto ético como cinematográfico) al que se logra soslayar porque habita también la posibilidad de la fémina como salvación y perdón: de ese abismo hacia la nada se asciende hacia lo alto, hacia el cielo. El rol de la mujer cambia porque el foco de atención que elige Del Toro es otro y no queda bien claro dónde se quiere parar al respecto.
La Nightmare Alley de Del Toro quiere jugar a ser más oscura, al relato violento y salvaje como extensión de un cinismo lacerante e inhumano, sumado a un maniqueísmo para nada sutil. Acá Stanton es el doble de monstruoso, el triple de ambicioso y su destino, el que prefiere mostrar Del Toro, un castigo ruin sin ansias de salvación alguna. No es el pesimismo lo que cae mal al cine, sino la intención discursiva y mal ejecutada que lo condena como cruz que se carga a sus espaldas: Si en el relato de Goulding todo se resuelve en un lapso específico, en la versión 2022 las vueltas de calesita son tan laberínticas y soporíferas que alargan kilométricamente la obra, y el aburrimiento promediando la mitad del recorrido es tan incontenible y denso que, admito, invitaron cordialmente a unas cabeceadas y alguna siestita de segundos por acá y por allá. Dos horas y media que parecen diez y que además se podrían haber resumido en hora cuarenta, más o menos. Nightmare Alley modelo 2022, se nota, es la intención por parte de Del Toro de hacer un film de tono más serio y ligado más a la Clase A que la B, lugar donde mejor se ha movido varios años atrás. Más que maduración cinematográfica, Nightmare Alley es estrategia pura.