"El callejón de las almas perdidas", de Guillermo del Toro: rumbo al infierno
El director de "La forma del agua", siempre ligado a géneros populares como la ciencia ficción, el terror y la fantasía, se interna ahora en el universo del "film noir", con una nueva versión de un clásico de Hollywood.
Nightmare Alley (1947), estrenada en Argentina como El callejón de las almas perdidas, no fue un clásico inmediato, pero el paso del tiempo –y su carácter un tanto mítico, debido en parte a los conflictos legales que impidieron su circulación durante décadas– hicieron que el largometraje de Edmond Goulding adquiriera su estatus definitivo como uno de los film noirs más extraños y extremos de los años 40. La novela homónima de William Lindsay Gresham en la cual se inspiró recibe ahora un nuevo tratamiento cinematográfico, en la primera película del mexicano Guillermo del Toro alejada del universo de lo fantástico. La historia, en esencia, es la misma: Stanton Carlisle –antes Tyrone Power, ahora Bradley Cooper– reinicia su vida en una típica feria de atracciones ambulantes, poblada como corresponde por fenómenos de la naturaleza, freaks, geeks, hombres-serpiente, mujeres electrificadas, adivinos, fetos embotellados y juegos mecánicos. La época retratada es más precisa que en la versión 47: el final de la crisis económica de los 30 y la entrada de los Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial.
Pero Stanton dista de ser un patriota y su oscuro pasado (el prólogo de la película ocupa una buena porción de la diferencia de metraje entre las dos versiones, 110 minutos contra los actuales 150) anticipa nuevos nubarrones y tormentas. A poco de llegar al carnival, regenteado por un Willem Dafoe retorcido y grasoso, Stan trepa de a poco en la escalera social de ese microcosmos, de changarín a asistente del jefe y de allí a formar parte de un sorprendente acto de adivinación. Con o sin sombrero en la cabeza, Cooper aporta el talante necesario para que su personaje bascule entre extremos, de galán deseado por la tarotista Zeena (Toni Collette) y la más joven Molly (Rooney Mara) a buscavidas dispuesto a cometer errores, conscientes e inconscientes, para avanzar en una recientemente descubierta carrera: el mentalismo y, más adelante, el espiritismo. “Ismos” que no son otra cosa que fachadas de los más viejos trucos de magia mental, en parte psicología aplicada, en parte sofisticados esquemas de transmisión oral en código.
El blanco y negro de El callejón… original es reconvertido en una paleta de colores potentes (existe una versión especial en b&n que no llegará a nuestro país), punto de partida de una relectura desde el presente del universo del cine negro, imposible de reproducir hoy en día si no es mediante el artificio. Nada difícil para del Toro, cuyo imaginario visual, ligado a géneros populares como la ciencia ficción, el terror y la fantasía, siempre ha dependido en gran medida de ajustados diseños de producción. Su nueva película no es la excepción, y esa meticulosidad en la puesta en escena del guion es su mayor virtud y también su principal enemigo: en más de una ocasión, la historia se siente demasiado consciente de sí misma, calculada en exceso, en particular durante las escenas entre Carlisle y la psicóloga Lilith Ritter (Cate Blanchett, ultra platinada y en modo über femme fatale). Pero la historia es casi siempre atractiva, y aquellos espectadores que no conozcan el libro o el film original disfrutarán aún más del paseo.
Es que el relato, dividido en dos segmentos bien diferenciados, encuentra al renovado Stan fuera de las barriadas, en el centro nocturno de las grandes ciudades, celebrado como un gran mentalista y siempre acompañado por la sufrida Molly. El triángulo con la terapeuta está servido en bandeja y las ambiciones del antihéroe crecen en cantidad y calidad: el ego y el dólar dirigen y obsesionan. A diferencia del “callejón de las pesadillas” original, siguiendo su título en inglés, que por cuestiones de censura debió pergeñar un final esperanzador, la versión de del Toro es una caminata por los infiernos de la mente y la carne, un descenso lento y riguroso plagado de mentiras y estafas que funciona como preparación para la caída estrepitosa, para ese “nací para hacer esto” que cierra el libro original.