El monstruo que me habita.
Guillermo del Toro nos trae una nueva versión de Nightmare Alley (1947), y lo bien que hace en abarcar una historia que se ajusta al concepto de su filmografía, con esa troupe de monstruos que aquí muestran su costado más humano. Una puesta en escena exquisita para desarrollar un relato noir, en donde el protagonista desnuda su naturaleza sin ningún tipo de prurito, impulsado por un deseo malsano y la ambición.
Todo comienza con un incendio aposta, con grandes llamas de fuego que purgan un acto atroz. La chance para huir de Stanton (Bradley Cooper), quien sin pensarlo cae una feria ambulante plagada de freaks y actos imposibles. Allí conocerá a personas que inconscientemente estimulan su bestia interna, pero también a aquel que se puede enamorar de una mujer dulce, Molly (Rooney Mara), y así él mantener una ilusión muy alejada de su verdadera naturaleza.
Cuando todo parece marchar sobre rieles, ya alejado de la sacrificada feria, realizando un acto de mentalismo tan falso como sorprendente en teatros de lujo y acompañado por Molly, conoce a la afamada y sensual psicóloga Lilith Ritter (Cate Blanchett); quién lo desestructura totalmente, porque bajo sus trajes y vestidos lujosos tienen la misma esencia. Una esencia que se potencia a la máxima expresión ante el primer contacto visual de ambos. No hacen faltan palabras para coordinar una serie de estafas hacia las personas más poderosas, influyentes y peligrosas de la ciudad.
Y así deviene El Callejón de las Almas Perdidas, en curvas narrativas intricadas, un ambiente turbio con personas confusas. Por un momento una feria de monstruos propiamente dicha, pero no monstruos herederos de una malformación corporal. Sino personas que realmente encarnan el “mal”, y que por momentos son víctimas y por otros victimarios. La rueda de la fortuna gira para todos y puede frenar en cualquier lugar; tal como los complejos personajes, Del Toro sabe manipular muy bien esta historia deformada y fascinante.