Una película de monstruos en la que los monstruos son personas. Así suele definir Guillermo del Toro a Nightmare Alley/El callejón de las almas perdidas. El film toma como fuentes la novela de 1946, de William Lindsay Gresham, y la película noir del año siguiente, con Tyron Power.
En plena Depresión, principios de los cuarenta, Stanton Carlisle, el antihéroe interpretado por Bradley Cooper, ambiciona convertirse en un gigante del showbiz con pretensiones. De armar parques de atracciones plenos de sensacionalismo, el hombre y su “socia” Molly (Rooney Mara) se lanzan hacia la conquista de, digamos, públicos más selectos.
Su impulso está en el corazón de esta fábula oscura, que con un gran despliegue visual, y un diseño de producción impresionante, recuerda a una cruza entre Freaks y El gran truco, desembocando en el cine negro del Hollywood clásico.
El universo de freaks, mentalistas, carnaval y circo va como anillo al dedo de los gustos de Del Toro. Después de la mediocre y oscarizada La forma del agua el director vuelve al terreno del cuento espeluznante con un protagonista acorde: moralmente turbio. Por cierto, el film de terror estrenado en 2021 con Del Toro como productor, Antlers, de Scott Coopers, es mucho más interesante.
El elenco, con Willem Dafoe, Toni Colette y David Strathairn termina de lucirse con Cate Blanchett, como una misteriosa psicóloga. En contra del poderío visual de todo el asunto, sin embargo, vuelven a la carga las alegorías y los “mensajes” no demasiado pulidos que ya enturbiaban el atractivo de El laberinto del fauno.
De todas formas, el lujo visual de esta película está diseñado para producir placer y que la oscuridad de sus callejones dialogue con un mundo que caminaba hacia una negritud aún mayor: la guerra mundial.