Otras historias de la revolución
Es un lugar común en este tipo de semblanzas que no exista margen de dudas sobre el personaje evocado. Si se tiene en cuenta que el objeto de estudio se vincula directamente con la Revolución Cubana, menor es la esperanza por hallar alguna vena crítica del proceso, sobre todo cuando se institucionalizó como forma absoluta y viciada de gobierno. No obstante, es importante destacar que, más allá de ello, el director de El camino de Santiago y sus colaboradores llevan a cabo una reconstrucción que hace justicia a la labor realizada por Santiago Alvarez y trabajan formalmente respetando los procedimientos del legendario documentalista.
De este modo, el montaje de archivos y la recopilación de testimonios cumplen con el objetivo primordial de la propuesta: que las nuevas generaciones conozcan los particulares noticieros que acompañaron la transformación política en el país. En dicho sentido, hay archivos que representan un hallazgo (un joven Silvio Rodríguez subido a un tejado con su guitarra; un cine como lugar de confrontación donde los disidentes políticos aplauden al león de la MGM) y declaraciones que hacen justicia a la hora de relevar una forma de pensamiento por su calidad y calidez.
“Si no hubiera imperialismo, yo no hacía cine”. Alvarez entiende el cine como un modo de expresar vitalidad política y se hace cargo del panfleto, a diferencia de los otros, los “comemierdas”. Por eso es designado para formar parte del ICAIC y elogiado por Stalin, entre otros. Desde este marco concebirá sus noticieros tan particulares por romper con esquemas convencionales televisivos, ya sea eludiendo la voz en off y cediendo el terreno a las imágenes para establecer una dinámica dialéctica potente. Todo se muestra muy bien en la película y es su principal virtud pese a que nunca se cuestiona en lo más mínimo dicha funcionalidad política.
Otro aspecto interesante del pensamiento de Alvarez es que no hacía teoría. Más bien, sus discursos son breves sentencias lanzadas como flechas con destino certero. Entre los más llamativos están la necesidad de transformar la realidad en poesía, cuyo principal alcance se ve en sus noticieros, que rompen las fronteras entre el documental y el reportaje y forman parte de una búsqueda artística sin perder de vista la dialéctica de lo real. El otro concierne a la condición de creación. El realizador cubano habla de dos estados: uno es el de gracia y viene con el artista; el otro proviene de la necesidad y obedece a una variable histórica, y para ello hay que formarse. Esto lo emparienta con los vanguardistas rusos y especialmente con Dziga Vertov en la concepción creadora de la edición.
El tramo final de El camino de Santiago se resiente cuando la evocación cede espacio a otro nivel enunciativo que se gesta a partir de un experimento llevado a cabo por jóvenes en la actualidad para recuperar la modalidad de trabajo del cineasta cubano. El resultado de este agregado resulta un tanto forzado y no aporta demasiado ya a la cuestión.