El debut de Nicolás Carreras es, a la vez, un entretenido documental y un emotivo retrato personal
¿Hay algo peor para un sommelier que perder el paladar? Ese es el disparador inicial de El camino del vino , ópera prima de Nicolás Carreras que ganó el premio de la crítica internacional en el último festival de Mar del Plata y que también fue exhibida en las secciones de "cine culinario" de otros dos festivales muy importantes, el de Berlín y el de San Sebastián. El sommelier en cuestión es Charlie Arturaola, un uruguayo radicado en Miami que se ha dedicado al oficio durante veinticinco años y que cuenta con el carisma y la labia que exige una profesión que en los últimos años se ha desarrollado al ritmo vertiginoso de la industria del vino. Es su historia la que vertebra un relato que cautiva por escapar del lugar común: a la vez que funciona como entretenido documental sobre un negocio millonario, va abriendo otras líneas narrativas que circulan en un terreno un poco más ambiguo. Ahí aparecen las peripecias de Arturaola para recuperar el don que cree haber perdido -incluyendo la antipática consulta médica- y sobre todo la historia familiar -la relación con su mujer, Pandora Anwyl, también dedicada al negocio del vino, y la que el protagonista ha dejado postergada con sus parientes más cercanos de Montevideo-. Esa saga familiar es la que le otorga un matiz profundamente emotivo a la película. Una de las saludables curiosidades de El camino del vino es que no se deja seducir por el glamoroso ambiente de la elite viñatera. Más bien los presenta como una serie de personajes calculadores y hasta levemente hostiles, desprovistos de la calidez de un protagonista que pasa con angustia de la suficiencia típica del experto al agobio del fracasado. Al tiempo que pinta con economía y precisión la consolidación de una industria que crece sin abandonar ciertos rasgos de su origen "familiar" -en la Argentina, con fuerte base en Mendoza-, la película de Carreras se las ingenia para merodear un tema mucho más importante: un hombre que recupera su historia y su pasado, una tarea que está claramente por encima de cualquier cuestión de paladar.