Recuperar los orígenes
El camino del vino es la historia de un hombre llamado Charlie Arturaola – un reconocido sommelier de origen uruguayo casado con una americana con funciones de manager-, quien en un determinado momento de su carrera pierde la habilidad que lo ha hecho famoso en el mundo: su paladar. Pero es también la historia de un oficio ancestral alimentado por un deseo de símiles características.
Para recuperar esto, que es parte inseparable de un sentido y en principio por mera intuición va a iniciar un viaje atravesando el paisaje mendocino, sus bodegas, y todas aquellas personas que hacen posible mediante su pasión, que este “líquido sagrado” llegue al paladar de todos.
En ese largo recorrido el espectador tiene al menos dos posibilidades claras, disfrutar de una historia de vida, que acaba de ser interrumpida por una pérdida, lo que implica la imposibilidad de continuar con un trabajo, que de hecho es además un gran negocio. Y por otra, recorrer nuestros bellos viñedos mendocinos, su gente… las familias que han construido estos pequeños imperios, sus pasiones, sus luchas y su relación amorosa con el vino. Que de hecho, está absolutamente imbricado con lo primero, ya que Charlie en ese crescendo económico, fruto de su trabajo, ha perdido la esencia de su relación y en ella los vínculos afectivos con sus orígenes.
El vino y su degustación es primera que nada una experiencia física, que a posteriori se transforma en una experiencia del espíritu, por esto deviene en rito, y si bien ese rito podemos socializarlo, es decir compartirlo, es fundamentalmente una vivencia interior y privada.
Su director, claramente un enamorado del vino escoge una historia real sin forzarla y deja a su protagonista vagar por estos caminos, con la crisis que implica pertenecer indefectiblemente a una industria, que paralelamente lo ha alejado de sí mismo. Es decir, de sus raíces, y de sus afectos primarios.
Se han hecho varios films donde el vino es de algún modo un protagonista. Esto tiene que ver con una realidad, y al mismo tiempo, en el orden de lo cotidiano con una banalización de la misma. Estamos rodeados de seudos sommeliers, como lo estamos de seudos gourmets, y de seudos chefs. Es más, la química se está apropiando de los elementos con los cuales construimos lo que comemos, para transformar sus texturas y sus sabores originarios, muchas veces en espumas. Lo mismo está ocurriendo en el ámbito del arte. Esto último, no es un juicio de valor, sino un dato más de la realidad.
Celebro un film donde las fronteras entre el documental y la ficción se borran y que sin artificios sigue la ruta de un hombre, que va hacia el encuentro con su identidad, espacio de su niñez y adolescencia, donde nuevamente volverá a ser llamado Carlos.
Excelente fotografía, mucha cámara en mano, una gran apertura de su protagonista, y algunos momentos que devienen en poesía acompañan a este film… para disfrutar.
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Publicado en Leedor el 1-08-2012