Una película para degustar
El camino del vino (2010), ópera prima de Nicolás Carreras, presentada en la Competencia Argentina del 25° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, es una mezcla de falso documental con ficción, que nos trae la paradójica odisea de un catador de vinos que perdió su paladar.
Algunos trabajan con las manos como el caso de un artesano, otros con las piernas como un jugador de fútbol, mientras que algunos con la mente como el caso de un intelectual. Pero la herramienta de trabajo de un catador de vinos no es otra que su paladar. El camino del vino es un viaje iniciático, o mejor dicho, un camino, el que realizará Charlie Arturaola, un viejo y reconocido catador que parece estar atravesando un conflicto existencial.
Se puede establecer un paralelo entre el catador y un crítico de cine, aquel que no termina de comprender la esencia del trabajo de realización de un producto cinematográfico pero que cuenta con autoridad para evaluar sus virtudes o defectos. En esta situación existencial se encuentra el protagonista de la película, quien deberá recorrer la ruta del vino para conectarse con la esencia (entiéndase sentido) del producto que califica a diario.
En su construcción, El camino del vino, presenta la estructura de una ficción de viaje iniciático, pero su estilo de filmación nos obliga a una relación más realista, casi como si accediéramos a su vida más crudamente, como si se tratara de un documental. El director Nicolás Carreras le impone un humor particular al relato, tomándose en broma toda la situación del protagonista en cuanto a su relación con el vino. De este modo le otorga características épicas al personaje principal: “Es un poema” dice en un momento.
Interesante y divertida paradoja de la vida real, El camino del vino le da una vuelta de tuerca a los existenciales relatos de viajes iniciáticos, con toda la gracia y el encanto que su personaje y la vid pueden brindarle.