Vamos aclarando algo de entrada para aquellos que todavía estén confundidos sobre el género al que pertenece esta película (más allá de lo que dijo el director el día de la presentación en las flamantes salas del Centro Cultural General San Martín). “El Camino del vino” es una ficción que utiliza elementos de un documental. Para ser más precisos, la cámara en mano que registra hechos reales (cuyo "metraje" luego se emplea para construir la ficción), y la utilización de hombres y mujeres que no son actores, hacen de sí mismos pero sometidos a situaciones de ficción guionada.
Aclarado este punto, estamos ante la historia de Charlie Arturaola, un sommelier que en un determinado momento "pierde el paladar", en tanto pierde su capacidad para catar vinos, actividad que para él y su mujer representa un medio de vida. Hablando de este tema, "el vino es vida" no es un concepto inventado por quien escribe. Hay textos bíblicos que hablan de ello, y hasta el Dr. René Favaloro dijo que una copa diaria hace bien al corazón.
Para tratar de recuperar su habilidad Charlie se sumerge en el mismísimo núcleo de la elaboración del vino visitando bodegas y haciendo tareas que nunca hizo, como cosechar uvas, irónicamente, el elemento del cual depende su profesión.
Lentamente vemos como en esa búsqueda el catador se va encontrando con su propia esencia.
Precisamente en este punto es donde encontramos una historia realmente agradable, con mucho humor nacido de la espontaneidad de los "interpretes", especialmente cuando el protagonista dialoga con el cocinero Donato de Santis. A veces, sutilmente, la espontaneidad está teñida de momentos que por ser funcionales al guión (diálogos que a criterio del realizador deben existir) contrastan con los otros y parecen algo forzados.
Son pocos y esparcidos en la duración por lo cual no empañan el hecho de asumir el desafío de animarse a contar la historia de esta manera. En Charlie encontramos un personaje con características de entrañable. Uno de esos tipos con los cuales uno querría compartir un asado, pues encontramos un perfecto y graciosísimo equilibrio entre un gran profesional con buenas dosis de "chantún", no por no saber de lo que habla, sino por tener que "dibujar" lo que sabe, dada su inesperada condición.
Nicolás Carreras, en su ópera prima, tiene algo valioso a favor de cualquier artista: confiar en lo que hace. Se nota y se puede disfrutar con una sonrisa. Vaya confiado. El vino y la vida pueden tener muchas variantes. Esta es más que interesante. ¡Salud!