En busca del gusto perdido
Filme que cruza documental y ficción, en torno del sommelier Charlie Arturaola. El realizador Nicolás Carreras lo muestra tras la supuesta pérdida de su “paladar” y su olfato.
Charlie Arturaola es un sommelier uruguayo de altísimo prestigio internacional. En su opera prima, el realizador Nicolás Carreras decidió abordar su figura -Arturaola tiene todas las características de un gran personaje- cruzando documental con ficción. La película empieza con Arturaola participando del Masters of Food & Wine, en Mendoza: un episodio real, una de las tantas rutinas de su vida. Hasta que, de pronto, surge el disparador dramático: el fino catador pierde, de pronto, su olfato y su paladar. La recomendación de Michel Rolland (aquel enólogo malvado de Mondovino ) es que recorra las mejores bodegas de la provincia, pruebe el mejor vino y recupere su talento, su goce, su capacidad.
Así empieza un viaje -que a la larga, como todo viaje, será iniciático- en el que el protagonista debe mentir -siempre con gracia, con un humor que jamás resulta impostado- para tener acceso a los viñedos. Allí, en busca de la más excelsa pócima etílica, irá entrando en un mundo que sostiene a su mundo: el de los hombres y mujeres que trabajan para alcanzar finos sabores que, finalmente, serán juzgados por profesionales algo snobs, de los que desconfían. Un contrapunto que se parece al de los directores de cine con los críticos. Ah, y Arturaola se siente, además, presionado por su tercera esposa (Pandora Anwykl, su mujer y socia en la vida real), quien le insiste que no se disperse y que retome su actividad.
Durante el raid por Mendoza, en esta especie de road movie vitivinícola, el sommelier uruguayo se va cruzando con personajes que hacen de sí mismos, aunque siguiendo la premisa ficticia de la pérdida del gusto y el olfato de Arturaola (que él intentará ocultar). Hay situaciones divertidas, emotivas, reveladoras. Y otras que, sin dejar de ser lo anterior, hacen sentir el artificio de la puesta en escena, o de cierta falta de espontaneidad frente a cámara, o de algunas metáforas demasiado obvias.
El camino... está filmada con estética de documental, registro al que vuelve con más énfasis en el tramo final, cuando Arturaola busca la alternativa que lo conecte con sus sensaciones primarias, su pasado, su familia -es todo lo mismo, ¿no?- y la película se torna más emotiva e intimista, al punto de que no permite discriminar ficción de realidad: un logro.