“Camino del vino” recomendable hasta para un público abstemio
Esta película es cosecha 2010, se conoció en Mar del Plata, la invitaron a las secciones gastronómicas de los festivales de Berlín y San Sebastián, brindaron por ella en varios otros encuentros, y ahora, con mejor sabor todavía, se destapa al público general. Pudo ser como un tempranillo de ocasión, pero ya empieza a ser algo más.
La historia es sencilla. En el mayor encuentro anual del negocio del vino en Argentina, un famoso catador descubre que perdió el paladar. Todos esperan su dictamen y su consejo, y su mujer norteamericana espera su decisión para hacer buenas ventas con EE.UU., pero él perdió el paladar. No distingue un syrah de una sidra, un pernod de un gamexane. Disimula, versea, pero el problema es serio, se ha vuelto como un perfumista sin olfato, un afinador sin oído, un gigoló sin tacto.
Un enólogo de prestigio mundial se le aparece y lo aconseja, uno de los chefs más mediáticos lo impulsa, la mujer lo tiene cortito, debe, imperativamente debe, recuperar el paladar. Para lo cual se mete como sea en diversas bodegas, busca el vino más fino, el más viejo, el de más cuerpo, etcétera. Por ahí alguien lo mete a trabajar de sol a sol en los viñedos, para que le tome el gusto desde el origen. Alguien, sin conocerlo, le brinda el vaso y la comida, en vez de la copa y el cocktail.
Y el hombre, nacido Carlos pero que se hace llamar Charlie, vive en Miami y habla como caribeño de oferta televisiva, intuye algo. La película no lo dice, pero ahí lo vemos. Algo que define a cada vino es su propio «terroir». Todo hombre tiene también su «terroir». Pertenece a él, se alimenta de él. Fuera de él arriesga ser otra cosa, a veces insípida. Nuestro personaje lo reencuentra, al fin, donde y como debe ser. Película fresca, simpática, de limpia emoción hasta para un público abstemio, responde además a un viejo lema: «In Vino Veritas». Lo que se cuenta es una verdad. Los viñedos, las bodegas cuyanas que ahí vemos, también las reuniones, son de verdad. Y los bodegueros, viñateros, enólogos, y sommeliers que vemos, son los verdaderos.
En el reparto se suceden Charlie Arturaola y familia, Raúl Bianchi, Susana Balbo, Donato de Santis, Aldo Biondillo, Jean Bousquet, Marina Beltrame y Agustina de Alba, Michael Halstrick y Jorge Riccitelli, Paul Hobbs, Andreas Larsson, Alex Macipe, y hasta el propio Michel Rolland, cada uno actuando su parte con total naturalidad. Se marea uno, de ver en persona tantos nombres que solo ha visto en etiquetas de buen recuerdo o columnas respetables.
En resumen: cuerpo liviano pero nutritivo, sabor a tinto compañero, y un dejo final levemente espirituoso. Por ahí parece que se pierde un poco, que se bambolea como quien se marea sin saber a dónde va, pero lo sabe muy bien. Autor, Nicolás Carreras. Vale la pena.