Dicen que viajando se fortalece...
El camino , de Emilio Estevez, es un drama aleccionador con alegorías bastante obvias. Martin Sheen, padre de Estevez en la vida real y en esta road movie de a pie, interpreta a Tom Avery, un oftalmólogo “corto de vista”, porque no llegó a hacer foco en el costado espiritual de su hijo Daniel. Y que ya no podrá hacerlo. Porque, en medio de un partido de golf en California, recibe un trágico llamado desde Francia: Daniel acaba de morir en los Pirineos, cuando empezaba a recorrer el Camino de Santiago, antiquísima peregrinación cristiana por Francia y el norte de España.
Un hierático Tom, que es viudo, cruza el océano y, cuando está a punto de repatriar el cadáver, decide cremar los restos y hacer el peregrinaje que no pudo completar Daniel. Para la larga caminata, carga -metafórica y literalmente- con la mochila de su hijo muerto.
Durante la travesía, con mucho de religiosa y también de turística, irá cruzándose con personajes estereotipados, obvios, construidos por Estevez de un modo rústico, a los que se les suma -de a ratos- el fantasma del propio Daniel, que sólo puede ver su padre.
Entre alusiones al Quijote, a las corridas de toros y a otros tópicos de la cultura española, Estevez hace que sus criaturas (un holandés que quiere adelgazar, una canadiense que quiere dejar de fumar, y un escritor irlandés con bloqueo creativo) aprendan a quererse. Al llegar a la catedral de Santiago de Compostela, tendrán una suerte de epifanía, una de las “enseñanzas de vida” de la película.