Un viaje al interior de uno mismo
Emilio Estevez juega más de un papel en El camino (The way, 2010). Además de encarnar a Daniel, en la ficción el único hijo de Tom Avery, es además el guionista y director de este film emotivo que rompe los moldes de lo racional, y lo convierte en una historia sencilla, pero sensible y fuerte a la vez.
Tom Avery (Martin Sheen) es un conocido oftalmólogo que un día recibe la noticia de que su hijo (Emilio Estevez) ha muerto cerca de los Pirineos. Una vez allí para recoger el cuerpo, descubre que aquél tenía la intención de realizar el Camino de Santiago. Avery, preocupado porque no pudo tener una buena relación con su hijo en vida, decide hacer él mismo ese camino. Un viaje de iniciación para encontrarse a sí mismo y también comprender cómo vivía su propio hijo.
Plagada de paisajes exóticos, mucha historia y con una banda sonora, al parecer, cuidadosamente elegida, Estévez traslada el espectador a un viaje más allá de los sentidos, que le demuestra que los verdaderos amigos se encuentran en los lugares menos imaginados, que aunque uno quiera estar en soledad, siempre encontrar compañía mejora la vida.
A su vez, cuatro historias y personalidades distintas se entremezclan y juegan a ser amigos durante la travesía para reflejar el mensaje de que nadie encara algo por accidente, sino que todo tiene una razón de ser en la vida, hecho que los mantiene juntos y unidos.
El film aborda también el tema de los destinos. Su nombre en inglés The way remite a más de un camino. Metáfora en la manera de vivir que atraviesa Tom al perder a su hijo. El duelo encarnado en cada tramo de la caminata, ese sentimiento de completar el viaje y llegar hasta el final porque su hijo así lo hubiera querido.
Una historia con los silencios necesarios, con sentimientos y emociones a flor de piel. Un film con una propuesta sencilla, pero cuyo tema no deja de ser real y reivindica la necesidad de la compañía, aunque sea de un desconocido, para enfatizar la satisfacción de completar una misión o meta personal.