Entre la calma y la tormenta interior
Lejos de un entorno apacible y bucólico, este nuevo film de Belón nos interna en un progresivo conflicto emocional, a partir de un traslado que, en principio, se piensa como la apuesta a la concreción de un cambio de vida.
Ambito mítico y legendario, espacio y extensión geográfica, escenario de tantas historias que transitan gran parte de la historia de la literatura, sea en su manifestación oral o escrita, la figura de El Campo ha activado toda una serie de imágenes en el orden de lo social. Y particularmente para el hombre de nuestro tiempo, el que vive movido por el torbellino y las urgencias del frenético ritmo cotidiano, el que se mueve en ese mundo urbano de la gran ciudad, el espacio abierto del campo, el que se dibuja más allá de cierta frontera, reviste esa atmósfera de armonía y placidez que ya cantaron los antiguos poetas latinos y los poetas renacentistas.
Pero a diferencia de toda visión que un cine de paleta costumbrista podría llegar a ofrecer, este nuevo film de Hernán Belón (el primero fue "Sofia cumple cien años", una historia del 2009 que desde su personaje permite revisitar a varias generaciones desde perspectivas históricas y sociales) nos interna en un progresivo conflicto emocional, a partir de un traslado; que, en principio, se piensa como la apuesta a la concreción de un cambio de un vida.
En la vida de esta joven pareja de mediana edad, de Elisa y Santiago, padres de Matilda, quien ha cumplido ya el año y medio, hay una zona en la que se evidencia cierto desgaste y fisuras. En la nueva vieja casona, semiperdida; en ese paraje, soñado por él, la opacidad de una luz se volverá presencia constante, desde la perspectiva de ella, excepto en los momentos de gran intimidad en donde la calidez los abraza y abrasa como en tiempos idos. Pero en ese presente hay silencios y vacíos. Y en ese alejado nuevo territorio todo parecerá agigantarse.
Desde el punto de vista de Elisa el relato vas tomando dimensiones amenazantes. Y mientras que para él, ese es el lugar que tanto lo identifica, sus animales y los juegos de cacería; para ella siempre hay algo diferente,inquietante, que acecha. Desde sus miedos, temores, vacilaciones, los sonidos del medio ambiente se amplifican hasta provocar extremos grados de angustia.
Despojado, con un trabajo de montaje que tiende a presentar una naturaleza que roza una configuración abstracta, el film de Hernán Belón diseña una concepción dramática de todos los niveles organizativos del discurso fílmico, en los que las presencia igualmente del trabajo del sonido permite caracterizar la perspectiva vivencial, la prolongación de estados de ánimo, esa tensión que se prolonga como un eco.
Señalábamos en el primer párrafo, como marco de esta crítica, que si algo se asocia al vocablo campo es ese epíteto que se conoce e identifica como lo bucólico. En las imágenes más reconocibles, así se lo presenta. Desde otro lugar, es decir desde una mirada interior, y desde la exploración de sus personajes, desde otra orilla, este film se atreve a quebrar con este modo de percepción y a reformular las lecturas ya instituidas.
A lo largo del film, hay situaciones en la que pequeños hechos cotidianos devuelven otro rostro. Y aquí su realizador presenta esa huella de los grandes maestros. Podríamos pensar que allí, en esos minutos de tensión, donde parece que algo terrible va a suceder, sin que ningún tipo de efectismo se manifieste, están las voces de Fritz Lang, Alfred Hitchcock y el mismo Roman Polanski. En esos contados momentos, como los que tienen lugar en el paseo en el río o bien en el momento en el que van a ese lugar del pueblo vecino, en el que, esa noche, se celebra un baile. O lo que representa para Elisa, la llegada abrupta, sin anunciarse de la vecina, esa anciana mujer, que comienza a despertarle sospechas.
Una doble visión de esa realidad, de ese lugar, de ese ámbito, es la que nos permite este film que, desde su título, El Campo, juega con la tradición de un imaginario que va abriéndose a los miedos, que va agrietando lo que apenas se insinuaba y se pretendía enmascarar y en la que tanto los temas del viaje y del espacio no sólo son realidades en sí misma, sino que al mismo tiempo, nos permiten descubrir aspectos simbólicos y proyectar interrogantes.
En una entrevista realizada a su director, en la que narra ese acercamiento a estos lugares rurales desde los días de la infancia junto a su padre, cuando iban a cazar y pescar, podemos ver que desde su deseo, a la hora de transmitir su imagen y su visión sobre el campo funcionara como "El corazón de las tinieblas".