Primeras escenas de la vida conyugal
Dolores Fonzi y Leonardo Sbaraglia interpretan a una joven pareja que con su pequeña hija se muda a una casa a reconstruir en el campo. Sutil estudio de los caracteres y de los conflictos del matrimonio en esta nueva geografía.
Un matrimonio, una pequeña hija y un paisaje a descubrir que provocará extrañamientos, desencuentros, malentendidos, reproches y un volver a empezar en la aún joven pareja. Con sólo esos elementos, la segunda película de Hernán Belón (Sofía cumple cien años) construye una pequeña historia donde las palabras son remplazadas por los silencios y los subrayados que explicarían la crisis matrimonial se comprenden a través de juegos de miradas y escenas donde se prevé, pero pocas veces ocurre, la catarsis estentórea que borra todo enigma y pregunta sin resolver. A Elisa (Dolores Fonzi) y a Santiago (Leonardo Sbaraglia) se los ve satisfechos con su nuevo hábitat, alejados del mundanal ruido y con el afán de (con)vivir con ese paisaje a reciclar, como si se tratara de una nueva vida que está a punto de empezar. La pequeña hija de ambos –un año y medio– actúa como interrogadora de la pareja, observando el comportamiento de los padres que ingresan en una crisis que la película jamás enfatiza, esquivando los lugares comunes. En efecto, el paisaje a reconstruir es uno de los temas de El campo, y la presencia de la niña, fusionada a esa nueva morada, representa la vida que debería (re)comenzar entre Elisa y Santiago. En la intimidad sexual no se perciben malestares pero Elisa no puede acostumbrarse a ese lugar desolado y solo habitado por ocasionales vecinos, que viven lejos del caserón a reconstruir. Su esposo, en cambio, propone la espera, como si al día siguiente las tensiones que manifiesta Elisa pasaran al recuerdo. Por eso, El campo habla del renacer de una pareja con una pequeña hija que fluctúa entre la paciencia de Elisa y la calma de Santiago, entre los enojos de ella y la supuesta paz interior de él.
Film sutil en cuanto al estudio de caracteres de dos personajes que se plantean interrogantes sin alzar la voz, la cámara de Belón invade con pudor a un joven matrimonio en crisis, acaso la primera en importancia, tal vez a raíz de la presencia de la pequeña hija. Sin embargo, nada más lejos que la exposición del conflicto a través de la interpretación psicoanalítica; todo lo contrario, valiéndose de dos buenos trabajos actorales, el director narra su historia fijando la atención en mínimos detalles, en aquellos pequeños momentos donde la crisis aflora por medio de una acción imprevisible. En ese sentido, la inesperada alegría de Elisa bailando en una ocasional fiesta del pueblo, mientras su esposo la observa con extrañamiento y curiosidad, sintetiza las decisiones de puesta en escena del director. Elisa baila, Santiago mira y Belón nos cuenta que algo anda mal en una pareja que hace un rato estrenaba con felicidad sus roles de padres en ese nuevo e inhóspito territorio.