Éramos tan felices...
La opera prima de ficción del hasta ahora documentalista Hernán Belón es un filme con una premisa muy sencilla y que -quizás como todas las películas, en parte-, tendrá éxito entre los espectadores dependiendo de qué fibras intimas logre tocar en ellos con la historia que abarca.
Al atravesar un buen pasar económico, Santiago, Elisa y su pequeña hija cumplen su sueño de irse a vivir al campo: compran una casa vieja en medio de la nada, se mudan y comienzan a ponerla en condiciones. Sin embargo, eso que parecía un sueño familiar, el ideal para los tres, comienza a mostrarse más cerca de un capricho de Santiago o de una idea que suena muy linda de pensar pero no tanto de realizar. A Elisa no le gusta tanto la rusticidad de la casa, la cercanía de los animales, el frío de la falta de calefacción, el campo, que ante todo se impone como inabarcable. La inesperada aparición de una vecina vieja y metiche complicará aún más la situación.
Planteada por momentos como un filme de intriga o de suspenso, El campo no llega a cumplir en ningún momento con ninguna de esas sensaciones, sino que se dedica enteramente a describir y analizar los sentimientos profundos, las situaciones de pareja, la vida en compañía de otro, esa que nos hace elegir determinadas cosas o precindir de elecciones en pos de otro miembro de la familia. El campo no cuenta la historia de cómo la vida lejos de la ciudad nos transforma como personas, si no más bien de cómo un cambio de aires y perspectivas puede desnudar falencias que parecían ocultas o superadas en una pareja bien establecida.
Sbaraglia y Fonzi se destacan obligatoriamente en este filme -especialmente porque aparecen durante el 90 por ciento del metraje- con labores muy sólidas y creíbles. A medida que avanza el relato y la relación de pareja se va complicando, los personajes se ven obligados a lastimarse, a forzar los límites para imponerse en una discusión x que en realidad representa a todas sus discusiones. Cada pérdida de los estribos de Fonsi y cada exagerada reacción de Sbaraglia son coherentes (acierto del guión) y logrados (acierto de los intérpretes y su director) e ilustran a la perfección el sufrimiento de los dos.
Hernán Belón, un director con poca trayectoria, toma las riendas de su guión coescrito por Valeria Radivo y con armas muy nobles como una cuidada fotografía y una puesta en escena bien seleccionada, hace brillar un a historia profunda, contenida, realista que no necesita de grandes picos narrativos para buscar gustarle al espectador. Sin grandes pretensiones, sin giros rebuscados, cuenta esta historia de altibajos de una pareja enamorada que se va a vivir al campo. Hay veces que solo hace falta eso...