Cuando el final feliz es un triste presente
La ópera prima de Hernán Belón comienza su relato en el exacto momento en que las historias mainstream terminan: una pareja feliz de dos jóvenes bellos, sanos y sexualmente activos, se instalan en una casa en las afueras con su hija para comenzar una nueva vida.
Pero en lugar de partir de presupuestos instalados en la sociedad, los confronta: ¿La maternidad es un estado ideal en la pareja y en la mujer? ¿Con ella llega la sapiencia suficiente para encaminar una nueva vida?
La trama nos sitúa frente a Elisa (Dolores Fonzi) y Santiago (Leonardo Sbaraglia), una joven pareja que decide irse a vivir al campo junto a su pequeña hija de menos de dos años. No obstante, desde el desembarco en la casa en una cerrada noche de tiniebla, Elisa ya se siente descolocada y temerosa, mientras que su marido Santiago tiene toda la pulsión que le da el entusiasmo por la nueva empresa familiar.
La luz del día siguiente no hace más que aumentar las reservas de Elisa sobre el nuevo hogar; todo le parece sucio, vejado e inhóspito a sus planes familiares y pese a la buena voluntad la conexión con el nuevo ámbito le resulta impensable. Así, el campo va convirtiéndose en un personaje más del relato que cumple la función de desestabilizar la endeble situación emocional de Elisa y ponerla de frente a su incompetencia para llevar adelante el proyecto que tan fervientemente encara su marido.
La opresión de ese ambiente natural y cruento no hace otra cosa que acelerar la incipiente crisis de la pareja, tal vez devenida de la falta de adaptación de Elisa a su nueva faceta materna o quizás de una desorientación intima de la joven mujer a sus circunstancias. Parafraseando al genial Charly Garcia la frágil Elisa, interpretada magistralmente por Dolores Fonzi (es destacable la dirección de actores del film) no aprendió a vivir y la soledad del campo la pone frente a frente con esa realidad, obligándola a reconocerse en ella. A su lado, Santiago con toda la fuerza motora de sus sueños, personificados en esa casa abandonada en la que el ve un potencial hogar -metáfora tal vez del estado de Elisa- se sitúa como un observador del proceso que su esposa atraviesa sin demasiada posibilidad de interacción.
Entre ambos, se creará la incómoda distancia que se genera entre los ideales cuando son opuestos, más insalvable aún cuando la idea es tener un futuro juntos. Así quedará planteado el dilema: ¿ceder frente a las necesidades del otro es ignorar las propias pulsiones?
Un film interesante donde las actuaciones son la clave del relato y el ambiente nos condiciona a enfrentar cara a cara a nuestros propios demonios.