Rara vez se estrena en la Argentina una producción proveniente de la Republica de Irlanda, y más raro todavía que una película, anunciada como perteneciente al género de terror sorprenda, en principio por su buena factura y segundo porque acaba por no ser de terror, si un muy buen thriller psicológico, casi hasta su conclusión.
Utilizando todos y cada uno de los arquetipos, modos, iconos y simbolismos del género del terror, pero trabajados en el tiempo, el espacio, la ambientación, luz y color, la dirección de arte y especialmente la fotografía, eligiendo planos y movimientos de cámara como si se tratase de un thriller o un filme de suspenso, en ambos casos apoyados desde una trama psicológica.
Esta mezcla o ambigüedad constante hace que nunca sepamos a ciencia cierta si nos está proponiendo una u otra vertiente. Digamos que “The Canal”, tal el título original, mucho menos declamatorio que el elegido para su estreno en estas playas, es una realización que comienza como un clásico drama, con alguna vertiente romántica, si se quiere, pero que todo va mutando hacia ese cruce de géneros nombrados anteriormente, sumados a los elementos clásicos del terror, pero que en este caso, y se agradece, prescinde por completo de exabruptos sonoros para producir efecto de sobresalto en el espectador.
Todo pendería de un hilo sin el muy buen guión que a medida que se va desplegando transmite, desde las acciones y diálogos, que van haciendo fluir el relato sin sobresaltos, apoyado en las muy buenas actuaciones, que hacen que todo sea posible, creíble.
La historia se centra en David (Rupert Evans) quien, junto a su amiga y colega Claire (Antonia Campbell-Hughes), clasificando material de archivo rodado a principios del siglo XX, descubre que su casa fue el escenario de un crimen terrible, primero la misma casa, luego repetición de un triangulo amoroso. En esa casa vive hace cinco años junto a Alice (Hannah Hoekstra) y Sophie (Kelly Byrne), esposa e hija respectivamente.
Un hecho luctuoso amenaza con proyectarse como una sombra fantasmagórica sobre la vida de David. Usando las imágenes de archivo tanto como elemento provocador de la producción delirante, casi psicótica de David, no son alucinaciones ya que tienen un elemento disparador y deformado por el sujeto, como simultáneamente un recurso narrativo aterrador. Si en algún momento la narración se torna algo confuso, sin lógica real, es porque el delirio tiene una lógica interna que el filme termina por resolver y dar cuenta de esto. Parece ser, y se nota, que el director pidió asesoramiento a profesionales de la salud mental, como a veces sucede.
La transformación va produciéndose en David, en tanto comienza una investigación sobre lo sucedido en su casa cien años atrás, y paralelamente la constitución de un triangulo amoroso que hace endeble los lazos familiares y siembra la sospecha.
Todos los personajes laterales, secundarios, tienen su razón de ser, su constitución, construcción y desarrollo, y todos está al servicio de la trama principal. Lo dicho, no es propiamente terror.. Si, en cambio, un muy buen thriller psicológico hasta el final, que desbarranca. Que todo lo construido hasta la última secuencia se desarma como un castillo de naipes, termina dando lugar a aquello que evitó a lo largo del 85% del metraje, o sea, dicho de otro modo, que el delirio se transforma en una alucinación compartida. La sensación final es una decepción que se podría haber evitado. ¿Sólo para dar indicios de una posible secuela? Una lástima.