Detrás de las paredes que ayer se han levantado.
Alguien, algún día, debería investigar la verdadera razón detrás de la pasión nacional por el cine de terror. El público argentino llena las salas de absolutamente cualquier estreno que lleve en su título “horror”; “del miedo”, “diabólico”, “de la muerte”, “del mal”, “del terror”, “sangre” o “demonio” sin ninguna objeción. No se realmente cual es el motivo pero la consecuencia de ello es que tengamos en cartel películas como El Canal del Demonio: film irlandés, muy chiquito, de autor, que data de 2014 y que se proyectó dos ediciones atrás en el Buenos Aires Rojo Sangre. No es que sea algo necesariamente malo, pero es llamativo como pequeñas películas que ni siquiera consiguen salas en los grandes mercados llegan a este país y rompen la taquilla o al menos consiguen un rendimiento más que aceptable. Pero bueno, vayamos a lo que nos importa:
Desde su premisa, El Canal del Demonio no cuenta con nada que no hayamos visto antes: una joven familia se muda a una casa aparentemente embrujada y los residentes se ven atormentados por los crímenes abyectos ocurridos previamente en ese lugar. Más allá de la poca originalidad en la propuesta, el verdadero problema del film es que se hace extremadamente previsible y su giro – algo muy común en el género – se puede intuir desde el principio del metraje. Es una real pena, porque este error parece fuera de contexto en un relato que pondera el establecimiento de una atmósfera tensa y perturbadora por encima del susto fácil y el giro shyamalensco. Como muchos otras producciones de la misma calaña, el terreno fantástico es tratado con una ambigüedad casi alegórica; el monstruo/demonio/villano puede bien ser una característica psicológica de los protagonistas. Para que ello salga bien, se requiere una capacidad narrativa con la que no todos los cineastas cuentan y que Ivan Kavanagh, director y guionista, parece demostrar intermitentemente.
Un canal a mitad de camino:
El Canal del Demonio no es una obra erigida únicamente a base de cliché. El director y guionista de la película hace un aporte interesante con planos creativos y escenas bellamente filmadas. Asimismo, Kavanagh se las ingenia para incluir conceptos e imágenes perturbadoras casi salidas del enfermo body horror de David Cronenberg. El universo fantasmático y pesadillesco en el que se inserta el personaje principal, un sólido Rupert Evans, es completamente remarcable y no puedo evitar pensar cuál hubiera sido el resultado global con algunos pequeños ajustes en la trama y en el rítmo.
El ritmo es otro inmenso inconveniente que no supo sortear Kavanagh, la narración inicia de manera fluida y se estanca hacia la mitad del metraje, donde el film se convierte en un suplicio complicado de atravesar. Este bajón estruye el ambiente tenso que se había formado minutos antes y la resolución ya no posee el mismo impacto.
Conclusión:
El Canal del Demonio es un film con imágenes y conceptos interesantes pero con una historia predecible y aburrida que la convierte en otra película del montón.