Una buena idea, una película sin ideas, la paradoja que define el film que representa la cuota semanal de terror infaltable en la cartelera
Lo mejor está en el inicio. El archivista tiene que dar una clase introductoria a una platea escolar cuyo interés por el cine silente es nulo. Al decirles que lo que están por ver son fantasmas, porque todos esos hombres ya están muertos, el director y el personaje presentan el cine como un arte de aprehensión de espectros. Al registrar una unidad viviente en el tiempo, se la detiene filmándola y luego se la reproduce por siempre. El sabio André Bazin decía que la prehistoria del cine había que situarla en el primitivo arte de la momificación.
La premisa inicial promete y se redobla cuando el archivista revisa unas películas policíacas de 1902 y descubre que en la casa que acaba de alquilar un hombre asesinó a su mujer por una infidelidad. De allí en más, todo está dado para que el protagonista repita la experiencia de aquel hombre, más todavía cuando su mujer, con la que ya tienen un niño adorable, parece estar interesada en otro hombre. De ahí en más lo previsible se cumplirá paso a paso.
El título elegido para el estreno argentino del quinto filme de Ivan Kavanagh miente. La entidad teológica invocada por él está ausente; El canal del demonio no presupone una perversión dirigida por un ente maligno dispuesto a arruinar la vida de los hombres. No hay duda alguna de que el personaje, un archivista cinematográfico de Dublín, está endemoniado. A veces se insinúa que su paulatino deterioro espiritual se debe a ciertos espectros desconocidos que retienen toda su amargura por un maldecido paso por la Tierra; en otras ocasiones, su falta de compostura psíquica es quizás el modo de procesar un desengaño amoroso. Esa indeterminación es interesante, pero Kavanagh no sabrá nunca qué hacer con ese dilema filosófico y cinematográfico.
El film tampoco encuentra su tono formal. Si la cita explícita al maestro Jacques Tourner hubiera sido honrada, Kavanagh habría resistido a sobrecargar el sonido, multiplicar jump-cuts inútiles con fines de alterar la percepción y poblar de imágenes sangrientas secuencias que resueltas con la elegancia que brinda el arte de sugerir funcionarían con mayor rigor y eficacia. Casi llegando al final, eso sí, hay un plano ominoso en el que se trastoca el inmaculado poder de dar vida. Esa sola escena habría alcanzado para intuir la fuerza del terror, que siempre descansa en la insuficiencia del lenguaje para ordenar los fenómenos exteriores.