Ni chicha ni limonada
No queda del todo claro cuál es la intención del realizador Daniel Hendler en su segundo largometraje como director. Todo lo contrario ocurre cuando Hendler ocupa el lugar de la actuación, su reconocible estilo y austeridad de gestos marca una diferencia importante respecto a otros colegas de su misma nacionalidad y generación, en cada intervención deja la huella “hendleriana”. Ahora bien, es esto trasladable al cine cuando está detrás de la cámara. El interrogante lejos de encontrar una pronta respuesta, ya sea a favor o en contra, supone agregar un nuevo problema que nos remite a la idea de intención. En El Candidato la digresión es la regla y no la excepción como muchas veces sucede en el cine.
Por eso, el término de “a medias” le calza perfecto: es a medias todo, es decir, comedia asordinada, sátira política, cinismo revestido de humor y hasta nostalgia por un tipo de política caduco, asincrónico pero no por ello innecesario en épocas donde la imagen define plataformas más que rostros con buenas o malas intenciones, cualquier similitud con la realidad argentina es a medias una mera coincidencia.