Martín vos sos abogado” le dice un asesor al futuro candidato, Martín se encoge de brazos, saca su mejor sonrisa, la más prefabricada y le responde con absoluta inocencia “No me acuerdo de nada”. Martin Marchand tiene ese dejo de chico bien de barrio norte, su tono de voz alusivo a su zona de residencia lo delata. No es el candidato del pueblo, sino que Martín es una construcción marketinera de lo que sería un candidato, hijo de un conocido empresario, a Martin le gusta el campo y la cacería, pero tampoco es tan despierto para entender por qué le gusta, quiere ser político, pero no tiene sangre de político. La cepa de la vieja camada de militantes, esos “zorros” embaucadores, políticos de oficio, manipuladores de la palabra, sonrisa eterna que seducen o infieren odio, amantes del poder, esos que la tiene clara o de “taquito”, bueno esa vibra esa misma, Martín no la tiene.
Marchand estudió en la universidad, posiblemente en esa que queda en Puerto Madero, se recibió y guardó el título el mismo día de su jura. Su padre, el Señor Marchand despunta en él sus ganas de llegar a la política, pero él es empresario y necesita manejar los hilos desde el anonimato. Martín cree que puede lograrlo, su ego de fantasía, esa autoestima inflada por una billetera abultada y una cuna de oro, literal, lo muestran confiado. Pero en el fondo, cuando la luz se enciende, cuando tiene un minuto de lucidez dentro de su estrechez política, infiere o le soplan que sólo no puede hacer nada, que necesita un equipo que lo prepare, que le de impulso, que le diseñe las ideas, le infle la oratoria, le peine el jopo, le invente frases cursis y estiradas para la red del pajarito, le haga el asado, pero asado de lomo, nada de tira. Martin no puede solo, obvio. Por eso Martin, ese Martin de camisa celestita y pantalones pinzados, contrata una “agencia” que construye candidatos, gente que viene de la publicidad, generalmente viejos publicitarios que encontraron en la “política” un nicho voluntarioso y con dádivas generosas. Porque Martin, paga bien, por supuesto.
Daniel Hendler, director uruguayo, el pibe que actúa bien y que lo vimos en películas como Esperando el mesías, El abrazo partido, El fondo del mar, Mi primera boda, Los paranoicos, entre otras, dirige su segunda película – recomiendo su opera prima Norberto Apenas tarde- El candidato. La claridad con la que describe a Martin, el aprendiz de candidato, el pichón de cardenal, el “nene” de papá, es admirable. La comedia surge del detalle, porque El candidato es una película que cuida hasta el último detalle, la descripción minuciosa de los personajes causan risa. El eco de los chistes que surgen de las frases de Martín – brillante Diego de Paula- y cada conversación con los miembros de la agencia, con su entorno más cercano y con su papá por teléfono generan gracia.
Martín, junta a la agencia y a los lame botas de turno (todo candidato tiene un séquito que lo sigue) en su palacete suntuoso estilo artdecó, quiere que le diseñen su campaña, porque Martin quiere despegarse de su “mentora política” (Verónica Llinas) una doña adinerada – esta sí con viveza política- que lo tiene de “hijo” dentro del partido. En el medio de toda esa gente, en la casona, está el diseñador gráfico, la contracara de Martin, el otro candidato, pero este a diseñar el logo, un pibe de barrio que se convertirá en el héroe de la historia. Porque en esa reunión, en la mansión de Martín, ese fin de semana, pasará de todo.
El candidato es muy buena, describe con humor las alianzas políticas, la construcción de un cabecilla desde el marketing, la desconfianza dentro la hechura electoral. Es una sátira bien hecha, bien pensada, no es arrebatada, sino que es silenciosa, usa la metáfora de una manera perfecta y además cada uno de los personajes es una engranaje en la historia. Martín, el candidato, – el debate de lo que es la izquierda y la derecha es de lo mejor de la película- es el ejemplo clave del nuevo político, y buscar las coincidencias es en un juego astuto que propone el director. Con un plano final bellísimo y aterrador, El candidato es una de las mejores películas argentinas del año.