Nido de buitres
Es un retrato agudo de la codicia humana, con una paleta de tonos que van de la comedia al thriller.
En El capital humano -adaptación de la novela homónima del escritor estadounidense Stephen Amidon- Paolo Virzì (La prima cosa bella, Tutti i santi giorni) cuenta una fábula sobre la codicia, una condición intrínseca de los seres humanos, sin distinción de clases sociales. La historia transcurre en una localidad del norte de Italia, pero podría suceder en cualquier parte y tiene especial resonancia en la Argentina, porque les pone rostro y cuerpo a los tan famosos como anónimos fondos buitre.
El disparador del argumento recuerda al episodio de Relatos salvajes protagonizado por Oscar Martínez: aquí también un accidente de tránsito entrelaza los destinos de tres familias de diferentes estratos. Pero lo fundamental es todo lo que sucede antes y después de ese accidente, hechos que están contados desde los puntos de vista de tres personajes diferentes, en tres capítulos que luego tienen un epílogo común. A la vez que completa el cuadro de situación, ese recurso narrativo permite desnudar las miserias e hipocresías de la burguesía (pequeña y no tanto). En ese marco, hay dos actuaciones que sostienen la película: la de Fabrizio Bentivoglio como el comerciante chanta que busca atajos para salvarse económicamente -un personaje muy argentino- y, sobre todo, la de Valeria Bruni Tedeschi, una suerte de Blue Jasmine a la italiana.
Con una paleta de tonos que van de la comedia al thriller, Virzì retrata con agudeza a esa clase media capaz de cualquier cosa con tal de trepar en la pirámide social, y a los nuevos ricos que ya lograron ascender hasta la cúspide a costa de los demás, mediante la especulación financiera, y no quieren perder sus privilegios. La clase baja tampoco se salva, pero queda mejor parada: es muy difícil en este tipo de películas no sucumbir a la tentación de la bajada de línea y Virzì lo consigue, aunque al final subraya por demás conceptos que ya habían quedado suficientemente claros.