Dignidad al costado del camino
Sin tratarse de ninguna novedad en lo que a temática se refiere, tampoco como retrato descarnado de los trapos sucios de las burguesías europeas, El Capital humano, homónimo de la novela del norteamericano Stephen Amidon, es un interesante film coral que expone de manera taxativa y sin bajadas de línea grandilocuentes las diferencias sociales en el marco de las sociedades cada vez más individualistas y regidas bajo los postulados del capitalismo salvaje.
El prólogo es elocuente: un ciclista nocturno es embestido por un automovilista que se da a la fuga. No es menor el dato que el auto que aparece en la imagen difusa sea de alta gama y que, los despojos humanos, al costado de la ruta, pertenezcan a un hombre ordinario, quien minutos antes terminaba su turno de mozo en un banquete para burgueses.
Sin adquirir una posición inquisitiva frente a sus criaturas, despojado en apariencia de todo juicio de valor, Paolo Virzi toma como denominador común el juego de traiciones y egoísmos, repartido en un elenco sólido con la estructura coral como columna vertebral de un relato que además se ramifica en diferentes puntos de vista. El comienzo de cada uno de ellos, el de Dino, el de Carla y por último el de Serena, retoma la acción en un punto de inflexión, pero en el que confluyen el encuentro de miradas.
La tragedia moderna en estado puro está protagonizada por Dino Ossola- Fabrizio Bentivoglio-, un patético empresario inmobiliario que pretende dar el gran salto especulativo invirtiendo el poco capital que le queda en un fondo de inversión para el cual intenta seducir a Giovanni Bernaschi – Fabrizio Gifuni -, padre de Massimiliano – Guglielmo Pinelli -, novio de su hija Serena – Matilde Gioli . El segundo punto de vista es el de Carla – Valeria Bruni Tedeschi -, esposa de Giovanni y madre de Massimiliano, una actriz que vive a la sombra de su marido, una mantenida sin sueños pero moderna ya que gasta su tiempo en shoppings y cuidado estético. Completan el tríptico de la decadencia italiana la adolescente Serena, hija de Dino, quien se siente atraída por Giampi – Gigio Alberti -, un muchachito marginal con tendencias suicidas, aunque ella por conveniencia paterna debería continuar su relación con Massimiliano, pero su actitud de rebelde la conduce por otra vía sentimental teñida de aventura y no del monótono universo burgués.
El título alude al término especulativo de las compañías de seguros utilizado a la hora de planificar el negocio de la póliza y que, en resumidas cuentas, dicta qué persona es más rentable para el lucro y menos costosa al momento de su muerte. Pero la crisis económica del país, ya no desde lo individual sino en su mirada macro, también resulta rentable para los especuladores, desde los más poderosos hasta los ilusos como Dino, por lo cual se resignifica el título y sobre todas las cosas el contexto social en el que prevalece el egoísmo y la injusticia, sin escapes redentores ni milagros de fe conciliadores.
No hay una alegoría expresa al modelo capitalista desde el punto de vista material pero sí es inequívoca la mirada crítica sobre la conducta de cada uno de los participantes en este relato.
El juego de traiciones comienza desde el primer minuto desde un doble sentido, las especulaciones financieras que esperan una caída estrepitosa de la economía para recoger las ganancias de la crisis y la propia crisis moral de una sociedad aferrada al individualismo, algo que en cada personaje se acentúa a medida que la historia avanza.
La síntesis conceptual, virtud que posiblemente haya inclinado la balanza a la hora de otorgarle siete premios David de Donatello (considerado por los italianos como un Oscar), resuelve el dilema planteado al inicio y, sin recurrir a golpes bajos, no huye del costado oscuro de un prisma, cuyas caras siempre se tiñen con la misma opacidad.
La realidad gris de El capital humano aporta a ese matiz de diferentes negros en el alma de cada uno de los involucrados un espacio para reflexionar, a interpretación del público, un derrotero categórico de situaciones mundanas que exhibe las aristas invisibles de la condición humana cuando se trata de la preservación del bien personal por encima del bien común.