Cuando Disney la pifia, lo hace a lo grande, sea con Tomorrowland, El Llanero Solitario o John Carter de Marte. El Cascanueces y los Cuatro Reinos se suma a la lista y comparte cosas en común con sus compañeros de fracaso: aspecto visual recargado, la soberbia de creerse una película memorable y trascendente, y una historia carente de emociones, plagada de cosas traídas de los pelos. Acá cada fotograma de El Cascanueces y los Cuatro Reinos debería ser considerado una obra de arte; el problema es que la historia no le va en saga y los monumentales escenarios digitales terminan por devorarse a los personajes y a la trama.
Pareciera que los cuentos de princesas se le terminaron a Disney, que terminó metiéndose con el ballet clásico de Piotr Tchaikovsky (y el cuento de E.T.A. Hoffman “El Cascanueces y el Rey Ratón”), canibalizó lo que pudo, y le metió con calzador una historia a lo Las Crónicas de Narnia, con niña hallando pasaje secreto hacia un reino fantástico en donde ella es la princesa heredera del mayor de ellos. Claro, el descubrimiento no emana ninguna felicidad para Clara Stahlbaum porque es la primera navidad que pasa sin su madre (que acaba de fallecer), y porque su reino está en serios problemas. El por qué o cómo existe semejante universo es un misterio, uno puede aceptar que es la imaginación exarcebada de la niña que intenta lidiar con el duelo de su madre, o que un tornado se la llevó de Kansas (o Londres) y la puso en un reino mágico porque la historia así lo demandaba. Como sea, el tema es que ahora Clara debe lidiar con la amenaza que supone Madre Ginger (Helen Mirren, desperdiciada en un papel menor), una reina oscura y rebelde cuya presencia hace peligrar la integridad de los otros reinos. Para ello deberá activar una máquina que construyó su madre, la cual convertirá a inofensivos soldaditos de latón en un ejército de máquinas de matar vivientes, los cuales obedecerán ciegamente al amo que les dé vida.
La historia está plagada de problemas. El primero de ellos es poner a Clara y a su madre como si fueran inventoras geniales, cuando uno ve que las máquinas que han creado son un disparate que va en contra de toda lógica. Por qué cacso no adoptaron la solución mas fácil (y creíble) de la magia es un misterio. Uno rechina los dientes cuando ve moles plagadas de engranajes que hacen cosas imposibles incluso si tuvieran tecnología moderna. El otro tema es por qué el reino mágico ha aceptado tan fácilmente a la madre de Clara como su reina natural, siendo una forastera en un mundo casi imposible de entender. Ahora Clara se porta como una chica snob de la realeza, ordenando en vez de pidiendo, y siempre dejando en claro su linaje en vez de actuar con modestia (el peor ejemplo es la relación con el Cascanueces del título, que es un soldado moreno que nadie sabe por qué es el Cascanueces, y que vive obedeciendo órdenes de Clara sin poder establecerse ya no un romance, ni siquiera una mínima amistad). Y cuando la historia avanza un poco, el director (o los directores, dos tipos tan dispares como Lasse Hallstrom y Joe Johnston, materia y efectismo en un mismo lugar) decide salirse por la vena artística y meter una secuencia de baile con la música de Tchaikovsky o algo visualmente impactante pero de importancia totalmente neutra para el relato. Develar los villanos y la resolución de la historia es previsible… pero el giro de la historia es monótono, como si no supiera encontrar el punto de cocción para que la cosa sea emotiva o mas amena. La chica de Twilight Mackenzie Foy es bonita pero no exuda simpatía, el resto del cast parece ir en piloto automático, y hay hasta perfomances incómodas como la de Keira Knightley, la que intenta sintonizar a la locura de la Reina Roja de Helena Bonham Carter sin éxito.
El Cascanueces y los Cuatro Reinos no es exactamente una película terrible; solo es lenta, monocorde y medianamente aburrida. Le falta emoción, una historia mas original, una heroína mas carismática… algo que llene mejor (y no se pierda en) los monumentales escenarios digitales. El componente humano aparece al principio y después brilla por su ausencia, y lo que sigue entretiene de a ratos. Es que se debate entre ser artística, rendir homenaje a la música inmortal de Tchaikovsky, ser un entretenimiento Disney y tratar de encontrar su propio camino como relato de fantasía, y no termina por satisfacer ninguno de dichos propósitos, siendo una aventura fastuosa que se hunde en el maremagnum de su opulencia visual.