Si uno analiza la taquilla anual en la Argentina encontrará que los tres films más vistos en lo que va de 2018 fueron lanzados por Disney: Los Increíbles 2 (3.530.000 espectadores), Coco (3.140.000) y Avengers: Infinity War (2.860.000). Uno podría inferir entonces que el más tradicional y popular de los estudios está pasando por uno de sus momentos más creativos, pero hay que advertir que se tratan de dos producciones animadas surgidas de su sociedad con Pixar y de una película de superhéroes fruto de su acuerdo con Marvel. Mientras tanto, en el terreno de los proyectos propios de live-action las cosas van de mal en peor. Uno creía que la penosa Un viaje en el tiempo, de Ava DuVernay, había sido un fracaso irrepetible, una anomalía dentro de una compañía que desde hace décadas suele tener buen ojo y timing para las historias fantásticas destinadas al consumo familiar. Sin embargo, con El Cascanueces y los Cuatro Reinos los problemas se repiten y, en algunos casos, incluso se profundizan.
Al guión de Ashleigh Powell (y al film en general) le caben los términos de cocoliche, pastiche, una acumulación y mixtura de elementos, recursos, estilos y medios que jamás funcionan y nunca se potencian: hay fastuosas escenografías, ambiciosas coreografías de ballet, iconografía navideña, situaciones en el terreno fantástico, un exuberante despliegue de efectos visuales para, por ejemplo, presentar a un agresivo ejército de ratones y muchos intérpretes reconocidos (si bien la protagonista Clara está a cargo de la joven Mackenzie Foy figuran desde Keira Knightley hasta Helen Mirren, pasando por Morgan Freeman) que aparecen sobreactuando o en papeles sin matices ni profundidad psicológica. Todo en el film luce unidimensional, como parte de un gran decorado, de un concepto de diseño que luego no pudo cristalizarse como se esperaba en el set.
Producción costosa (133 millones de dólares sin contar los gastos de lanzamiento), El Cascanueces y los Cuatro Reinos nunca alcanza a fluir ni mucho menos a entretener demasiado. En la comparación, eleva a la por momentos bastante similar Alicia en el País de las Maravillas, de Tim Burton, a la categoría de obra maestra. El director original, el sueco Lasse Hallström (a quien alguna vez admiramos, por ejemplo, en ¿A quién ama Gilbert Grape?) entregó un corte que no convenció y los productores entonces contrataron a Joe Johnston (responsable de algunos títulos notables como Rocketeer y Cielo de octubre) para que filmara cuatro semanas adicionales. Ambos figuran en los créditos como codirectores (algo que no suele aceptarse en los Estados Unidos, salvo que esto quede claro desde el comienzo como ocurre con los hermanos Coen o los hermanos Russo), pero en ningún caso se percibe el sello personal de alguno de ellos.