En El caso Collini el pasado nazi reaparece con los subrayados y las explicaciones de ocasión. Un italiano asesina a sangre fría a un empresario y se entrega a las autoridades. El hombre es interrogado pero no responde, no habla, no se defiende. El crimen abre un misterio y el caso es asignado a Caspar, un joven abogado de ascendencia turca recién salido de la facultad. Caspar está tranquilo hasta que descubre que la víctima no es otra persona que el abuelo de su amigo y de su novia de la secundaria, el hombre que lo recibió en su casa y alentó en sus estudios, casi un padre. La pesquisa del protagonista conduce a una trama sobre los crímenes de guerra de los soldados alemanes y sobre los dispositivos legales diseñados para su encubrimiento en el futuro. A expensas de Caspar el tribunal se transforma en una clase de historia algo grotesca en la que el relato salda cuentas con el apoyo civil que gozaron los oficiales nazis que se integraron después a la vida política del país.
Basada en la novela de Ferdinand von Schirach, la película compensa la catarata de flashbacks y la torpeza narrativa general con la dosificación de la intriga y el entusiasmo de sus intérpretes, en especial de Franco Nero, que hace a un Collini casi mudo pero cargado de un rencor incontenible. El resto lo provee el género de la película de juicio, esa variedad encantadora del thriller en la que el trabajo de la justicia se confunde con la búsqueda de una verdad que nada tiene que ver con el proceso legal.