Con Franco Nero, la razón del mal
La película apertura del 20 Festival de Cine Alemán está basada en el libro homónimo de Ferdinand von Schirach que estremeció a la sociedad alemana en el año 2011.
El caso está resuelto en la primera escena. Aunque no vemos exactamente lo sucedido queda claro que Fabrizio Collini (Franco Nero) asesinó a sangre fría a Jean-Baptiste Meyer (Manfred Zapatka). Pero la intriga de la película no está en saber quién cometió el crimen sino en porqué lo hizo.
Averiguarlo será tarea del joven e inexperto abogado defensor (Elyas M'Barek) que tiene la difícil tarea de extraer información del parco Collini (genial actuación del protagonista de Django). Como buen cine clásico la cosa se complica cuando, luego de tomar el caso, el protagonista descubre que la persona asesinada es su tutor, el amable y respetado hombre que se hizo cargo de él ante la ausencia de su padre biológico. El dilema ético y moral se suman a la titánica tarea de defender al asesino de su mentor.
Con esta premisa contundente avanza la película desde la narración clásica en sus dos líneas determinantes: una trama principal del orden social, en paralelo con una trama personal. Ambas se fusionan en el final, complementándose una con la otra.
Como su nombre lo indica, El caso Collini (Der Fall Collini, 2019) pertenece al siempre efectivo subgénero de juicios o thriller judicial. En el tribunal accedemos a esa información reveladora junto al resto de los presentes en la sala. Claro que si uno observa con detenimiento la escena de la autopsia, segunda o tercera en la película, podrá inferir que medio rostro de Jean-Baptiste Meyer denota un lado monstruoso del difunto que los numerosos flashbacks fundamentarán luego, tanto a nivel narrativo como simbólico.
La película también se suma a la larga lista de films alemanes de revisionismo histórico con el fin de plantar postura de la sociedad alemana frente al horror del holocausto. El papel determinante del sistema judicial alemán para exonerar jerarcas nazis es puesto sobre la mesa. La mea culpa alemana en este tipo de relatos no es novedad, pero cuando el cuento está bien contado, el fin no importa tanto como el recorrido gratificante por la trama, que se gana su oportunidad.