La película que abrió en Buenos Aires el Festival de Cine Alemán 2020, basada en una exitosísima novela, recupera una obsesión del cine germano reciente: la necesidad de poner luz sobre un pasado oscuro que no termina nunca de resolverse. Esos pliegues ocultos reaparecen en el Berlín de 2001, cuando un septuagenario italiano de larga residencia en Alemania confiesa el asesinato de un prominente hombre de negocios. El abogado (un joven e idealista alemán de familia turca) que acepta de oficio la defensa pública del anciano descubre, una vez aceptado el caso, que la víctima fue para él una suerte de padre adoptivo.
Los recuerdos personales se mezclan con el primer gran desafío profesional de su carrera en un relato dilatado en exceso que prefiere dejar bien plantados y expresos los temas elegidos (los dilemas morales, las sombras del pasado, la convicción frente a la responsabilidad) a dejar que estas mismas ideas fluyan más naturalmente a través de la narración. Así las cosas, el escenario se carga con pesadez y fórmulas gastadas de temas “importantes”, y mientras tanto lo más atractivo a priori (el thriller legal, los debates en la corte) quedan en segundo plano, junto todo lo que transmite la máscara impasible y enigmática del legendario Franco Nero. Buenas actuaciones y una correcta factura técnica dejan a la vista el irregular recorrido de una historia que encontraría en una miniserie de TV un mejor destino.