En la superficie, El Casso Collini aparenta ser un drama judicial. Y lo es. Incluso tiene algunos clisés, o quizás mejor llamarlos recursos del género, que no sorprenden, pero tampoco hacen ruido. Pero, creo que la verdadera película no está ahí. O, en todo caso, su sustancia. Porque El caso Collini aborda una problemática que no ha quedado en el pasado y que puede repetirse, y se repite, en otros países aparte de Alemania.
Adaptada del bestseller de Ferdinand von Schirach’s y dirigida por Marco Kreuzpaintner, El caso Collini recorre en profundidad un territorio arduo y doloroso: ¿Cuáles son las consecuencias cuando el sistema judicial que, en teoría, debería garantizar justicia para todos, hace todo lo opuesto? ¿Qué pasa con todas las víctimas del odio que quedan abandonadas sin posibilidad de que sus victimarios sean castigados?
Todo comienza cuando Fabrizio Collini, un italiano de 70 años interpretado por Franco Nero (uno de los mejores roles de toda su carrera) revela sin tapujos, en el lobby de un hotel, haber asesinado a sangre fría, y en su propia habitación, a Hans Meyer, un magnate de los negocios admirado y querido por todos. Claro que ahí se abre una gran incógnita acerca de la personalidad de Meyer.
Esa incógnita y ese crimen intentan ser reveladas por un abogado defensor prácticamente recién recibido, Caspar Leinen (Elyas M’Barek) designado por la corte. De inmediato, surgen dos problemas: Leinen ha tenido un cálido vínculo casi familiar con Meyer durante gran parte de su vida; por otra parte, Collini se niega a pronunciar una sola palabra. Así, difícilmente pueda ser defendido en un juicio por demás complicado.
Y mejor no saber nada más acerca de la trama de este urticante drama judicial, y por qué no thriller político, que ahonda entre los límites entre la moral, la ética, la justicia, la memoria y el olvido. Y sí, también la justicia por mano propia, que no es un tema tan simple para dirimir. Eso, precisamente, también explora El caso Collini, dejando que el espectador saque sus propias conclusiones. No por nada uno empatiza con Collini. O, al menos, yo lo hice.
Con un ritmo inusualmente ágil para el género, interpretaciones más que convincentes, un guión que puede ser un tanto esquemático, pero no por eso menos efectivo, y un cuidado formal más que destacable – la fotografía y el sonido como dos grandes pilares – la película de Marco Kreuzpaintner nos propone sumergirnos en una experiencia afectiva e intelectual enlazada en un delicado equilibrio. La lúcida mirada del director está presente en cada escena y hace del todo un estudio sobre la moral y la responsabilidad colectiva.
Antes de verla pensé que quizás sería más de lo mismo: informativa y didáctica. Me equivoqué por completo. Menos mal.