El veterano realizador de Los imperdonables (1992) y Los puentes de Madison (1994), entre tantísimas otras, recrea el caso de Richard Jewell, un agente de seguridad que alertó a sus superiores sobre la presencia de una bomba durante las Juegos Olímpicos de 1996 en Atlanta y posteriormente fue acusado de montar todo un operativo para erigirse como un héroe.
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Tras varias obras que tomaron como punto de partida casos reales (algunas de ellas grandes películas, como J. Edgar y La mula), Clint Eastwood mantiene esta línea en su último opus, El caso de Richard Jewell (2019). La historia de aquel hombre soltero, excedido de peso, que vive con su madre, es fanático de las armas y aspira a ser un buen policía le sienta muy bien al director para poder revisitar algunos tópicos esenciales de su filmografía, tales como el enfrentamiento entre el individuo y su entorno, las convicciones personales y el sentimiento de patriotismo. Sentimiento que, por otra parte, comulga con su propia ideología pero que aquí cobra un sentido mucho más profundo que en la fallida 15:17 Tren a París, en donde narraba –de nuevo, a partir de un hecho real- cómo tres jóvenes soldados lograron desmontar un ataque terrorista. Una de las principales diferencias es que en El caso de Richard Jewell opera una matriz crítica, anclada al mismo tiempo en el “corazón del drama”. Son los propios cuestionamientos que le hacen los agentes del FBI a Jewell (interpretado estupendamente por Paul Walter Hauser) los que señalan sus principales aspiraciones y vinculaciones con la Patria (así, con mayúsculas) y que quedan sintetizados en un arsenal digno de una masacre y en una granada vacía (conservada a modo de souvenir). Son algunos de los elementos que encuentran en su casa y que lo terminan ubicando como posible culpable.
Glorificado inicialmente, Jewell también tuvo que lidiar con otra fuerza no menos corrupta: la prensa. Sobre todo, desde la publicación de un artículo firmado por una inescrupulosa periodista interpretada por Olivia Wilde. Desde ese momento en adelante, el aspirante a policía tuvo que soportar permanentes intromisiones. Colateralmente, su madre sobreprotectora (infalible Katy Bates) también se vio perjudicada.
Alejado del territorio del western (género en el que también brilló como actor), Eastwood recupera aquí la figura de los dos hombres aunados en una misma causa. Uno, en posición de indefensión; el otro, dispuesto a restablecer el orden perdido. Cliente y abogado (notable Sam Rockwell), dispuestos a dar batalla ya no en el lejano oeste, sino en los medios y en los diversos espacios del poder estatal en los que deberán probar la inocencia del acusado. Construida en buena medida a partir de los encuentros entre ambos, El caso de Richard Jewell despliega el mejor oficio de cine clásico, aquel en donde todo puede ser conocido (más aún en tiempos de Wikipedia) pero la tensión siempre está, porque permite acceder a capas de sentido que exceden a las contingencias de la Historia.