¡Y lo hizo otra vez!... El enorme talento del gran Eastwood
Es redundante año a año, pero es así. Clint Eastwood lo hizo de nuevo. El último de los narradores norteamericanos tradicionales tomó nuevamente un hecho real y lo adaptó a lenguaje cinematográfico para convertirlo en alegato, en este caso sobre la dignidad, el amor propio, y de paso hacer una crítica (tal vez involuntaria) a la caza de brujas mediática, que bien puede paralelizarse con estos tiempos de viralización de noticias falsas que en las redes, desde “WhatsApp” a “Facebook” distorsionan la verdad, los hechos y van a contrapelo de la presunción de inocencia, o sea la base de la jurisprudencia occidental. ¿Y cuál es el vehículo para lograr esto? Nuevamente “la historia de un tipo que…”. Sucedió en varias de sus últimas obras basadas en libros o artículos periodísticos, desde “El sustituto” (2008) hasta “Sully” (2016) pasando por “15:17 tren a París” (2018) y la reciente “La mula” (2018), y su fórmula permanece intacta porque sigue mirando a estos hechos desde otra perspectiva para poder contar el costado humano que los rodea.
Para construir “El caso de Richard Jewell”, Marie Brenner y Billy Ray, los guionistas de éste estreno, con el que se inicia la temporada cinematográfica vernácula 2020, bebieron de la fuente de una noticia que sorprendió al mundo por partida doble en los Juegos Olímpicos de Atlanta en 1996: Un atentado en medio de uno de los recitales de presentación y luego la presunta culpabilidad del guardia de seguridad que advirtió del peligro y evitó que el hecho se cobrase muchas más víctimas.
Como en las referencias anteriores, el atentado en sí mismo sirve como piedra basal y contextual para que Clint Eastwood pueda hablar de lo que realmente le interesa. Por eso, tanto el desarrollo del atentado como la investigación están mirados desde la perspectiva de Richard (Paul Walter Hauser), y el gran cuco aquí no es la bomba ni quien la plantó, sino el manejo mediático que terminó por señalar al guardia y prácticamente condenarlo públicamente de una manera voraz e impune. El hombre pasa de héroe a villano a partir de los medios de comunicación, pero sobre todo del accionar de Kathy Scruggs (Olivia Wilde), una periodista, y Tom Shaw (Jon Hamm), un agente del FBI; ambos ávidos (y necesitados) de pegar una buena en sus trabajos.
La tensión del relato de un tranquilo pero notable in crescendo se produce íntegramente por virtud de la construcción del personaje y la coherencia de sus acciones. Richard, (tácitamente) republicano hasta le médula, amante de las armas y ansioso de poder servir a la patria, no encuentra su lugar en el mundo pues su contextura física, eminentemente obesa y la presunción de un carácter impredecible lo hacen vivir una vida algo desteñida, levemente frustrante. Rechazado por el ejército y degradado en la policía, su trabajo como guardia es un anclaje fundamental para poder vivenciar al menos algo relacionado con ese universo al cual no quiere dejar de pertenecer. Un universo de ley y orden que sin embargo no devuelve esa devoción de la misma manera.
Se sabe del poder intuitivo de Eastwood con sus elencos. Para cualquier actor o actriz que recibe un llamado del californiano es una potencial nominación al Oscar, y no hay nadie hasta ahora que no haya ponderado la libertad creativa con la cual se puede trabajar en el set. Más allá de Wilde, Hamm, la sólida labor de Sam Rockwell, como el abogado, y la deliciosa actuación de Kathy Bates en el rol de la madre de Richard, la superlativa composición de Paul Walter Hauser (que ya le mereció nominación a los Globos de Oro), es responsable de gran parte del resultado de la película. Con él se completa el podio de las tres mejores actuaciones masculinas protagónicas de 2019, junto a Joaquin Phoenix en “Joker” y Antonio Banderas en “Dolor y Gloria”. Estos tres trabajos, pese a la diferencia de estilos, escuelas, y registros, tienen la contención emocional como punto en común, contención que se traslada por ósmosis a la sensibilidad del espectador.
Fotografía correctísima (en especial en el interior de la casa del protagonista), la música de Arturo Sandoval (mesurada, tranquila) colaboran para que queden en la memoria algunos momentos notables de El caso de Richard Jewell (la escena de la madre enfrentando al periodismo, la charla entre Richard y el director de una universidad, la de la segunda discusión con el abogado, etc); pero más allá de eso. y pese al fracaso de taquilla en su país, éste estreno es una ratificación más del enorme talento de uno de los mejores directores de nuestro tiempo.