El muy veterano Clint Eastwood toma una historia real para su película número 38. La del guardia de seguridad, aspirante a policía, que evitó una tragedia mayor en el atentado de Atlanta, en 1996, durante los Juegos Olímpicos. Richard Jewell es un muchacho gordito y de pocas luces, que no logra concretar su sueño de entrar a la policía. Y que se convertirá, de esa noche a la mañana, en un héroe nacional. El tipo que vio una mochila sospechosa y corrió a alertar para que la muchedumbre que la rodeaba, durante un recital al aire libre, se alejara del lugar. Pero igual de rápido, como una pesadilla repentina, Jewell pasará de héroe a villano, cuando la prensa filtra que el FBI lo investiga como principal sospechoso.
Eastwood arma con este material uno de sus habituales relatos sólidos, clásicos, que crece en tensión mientras va y viene entre los dos mundos de Jewell. Su vida austera vida privada, junto a una madre que lo cuida como a un niño (Kathy Bates) y el terremoto que se genera en torno de su caso. Ahí intervienen buenos (el abogado, que es el único que conoce, a cargo de un estupendo Sam Rockwell), y malos (el agente del FBI interpretado por un desganado Jon Hamm, un tipo dispuesto a colgarlo de la plaza con tal de ofrecer un culpable). Acaso más problemático es el espacio que da Eastwood, y su guionista Billy Ray, a la otra villana, la periodista interpretada por Olivia Wilde. Una inescrupulosa capaz de vender el cuerpo por una primicia, de las que primero publican y averiguan después. Pero la bajada de línea contra el periodismo no se limita a su personaje. En todo caso, la villana es la prensa, que ella representa. A lo largo del proceso que lleva al juicio, los periodistas, como moscas, le hacen la vida imposible. Mientras se suceden los discursos contra los medios, esos monstruos capaces de endiosar y destruir, en cuestión de horas, a seres como Jewell, con su peligrosa ingenuidad de amante de las armas. Un querible inocente que atesora un arsenal y tiene un historial de abuso de fuerza. Claro que el ruido que genera este planteo incide poco en las virtudes de la película. Una historia que se toma el tiempo de conocer y observar a su puñado de perdedores. A narrar los vínculos que establecen, la -hollywoodense-transformación que experimentan, con una mirada profundamente humana. Capaz de producir emoción, épica, y enorme placer.