Un barranco a la desesperación El contexto político y laboral por el cual atraviesa nuestro país es muy difícil en este último tiempo, los trabajadores tienen la sensación de que en cualquier momento pueden quedarse sin un sostén económico con el cual subsistir, una realidad terrible que, llevada a la ficción, se convierte en una historia bastante interesante de contar y así lo hace Agustín Falco, director y guionista del El cauce (2017). Ariel Valentino (Juan Nemirovsky) es un trabajador de clase media con esposa e hija que un día, sin esperarlo, se queda sin trabajo y esto lo lleva a pensar que no hay nada peor que le pueda pasar, sin embargo se encontrará con viejas amistades que lo llevarán a pensar que las cosas pueden empeorar aún más. ¿Qué pasa cuando una persona que lo tiene todo puede llegar a perderlo también? ¿Qué es capaz de hacer para evitar esto? Falco, sin dudas, plantea esto desde el primer momento, desde lo técnico y narrativo con una serie de planos secuencias nos muestra que la desesperación es un factor importante de la película, que nos lleva a los espectadores a una angustia por la situación que vive el personaje de Nemirovsky, quién sobresale con una actuación muy bien lograda con escenas de una carga emocional importante, para transmitir la angustia, el miedo y la desesperanza del protagonista. La trama se alza en un ambiente totalmente actualizado a nuestra realidad, donde los temas principales de preocupación son el trabajo, el dinero y la estabilidad de permanecer a cierta clase en la sociedad. No caer en la pobreza, es un pensamiento que no se dice pero está ahí en el film presente todo el tiempo, siendo el eje principal por el cual se desarrolla toda la película, que finaliza con un cierre lleno de incertidumbre pero necesario. El cauce es un golpe exagerado a nuestro razonar, para despertarnos y ver en qué situación podemos llegar a estar el día de mañana en un país, donde el futuro es incierto y a veces poco alentador, pero que siempre está a la vuelta de la esquina.
Otra película urgente. La precarización laboral y la pérdida de fuentes de trabajo golpea a la sociedad. Acá le toca al protagonista, un joven de clase media que de un momento al otro se queda en la calle. Desesperado, y cuando cree que nada podría empeorar aún más, se topa con viejos conocidos que sólo le harán ir por el mal camino. Lograda interpretación protagónica de Juan Nemirovsky.
Un momento de caos económico, obreros en la puerta de una empresa reclamando por su fuente de trabajo. Un supervisor los esquiva, seguro de si mismo, el gerente es su amigo, el suyo es un cargo jerárquico. Pero se queda afuera. Desesperado, es un joven padre de familia que quiere ocultar su situación aunque la noticia corre rápido. Tan rápida como su desesperación y su conexión con un mafioso amigo que le propone un negocio turbio que termina en desastre de tiros y muerte. Y una vuelta de tuerca con un final revelador. El guionista y director Marcelo Gálvez maneja con buen pulso su opera prima sobre el hundimiento de un hombre desesperado en un infierno del que apenas puede sobrevivir. Bien contado, con un lenguaje cinematográfico que sumerge al espectador en una odisea intensa e impensada. Con un buen elenco, el protagónico de Juan Nemerovsky con Alberto Ajaka, Luis Machin, Martín Slipak y Agustina Ferrari. Una pintura de una realidad social fácilmente reconocible, un mundo de apariencias, otro tentador y temible, un descenso a los infiernos después de quedarse afuera del juego. Buen debut en su opera prima de un director que promete.
El cauce, de Agustín Falco Por Ricardo Ottone Ariel (Juan Nemirovsky) es supervisor en una fábrica. O era. Porque en medio de la crisis que provoca un despido masivo, a él, que se creía que no le iba a tocar la misma suerte, cuando pretende entrar como si nada mientras el resto de los despedidos protesta a las puertas del edificio, le informan que no está en la corta lista de los que van a seguir en la empresa. Lo que sea que fabriquen lo van a traer de Brasil y no va a haber nada para supervisar. Con la cola entre las piernas, el ánimo alterado y la angustia frente a un futuro incierto, Ariel vuelve a su casa justo para el cumpleaños de su suegro. Sin decir nada se escapa por un rato al boliche de su amigo el Tano (Alberto Ajaka), un tipo oscuro que maneja ciertas rutas de tráfico de drogas. El Tano le propone un trabajito a Ariel, que tiene una lancha con la que sale a pescar los fines de semana. Tiene que llevar como pasajeros a unos empleados/cómplices a realizar una entrega a un punto de contacto a la orilla del rio. A él, le aseguran, solo le cabe el puesto de chofer. Ariel, al principio reticente, acepta también motivado por su flamante situación laboral. Las cosas lógicamente se van a descontrolar y nada va a salir como se esperaba. Atendiendo solo a la historia, Cauce parece una de los tantos policiales que se viene produciendo en el cine argentino desde los 80, con drogas, transas, corrupción y personajes desesperados. Lo que en este caso hace la diferencia es la forma. Todo el film está contado a través de planos secuencia, un recurso que tampoco es la invención de la pólvora, pero que funciona muy bien y le agrega interés a una propuesta que de otro modo camina por lugares largamente transitados. Se trata de un film en primera persona. La cámara acompaña a Ariel en todo su periplo, se le pega, toma sus expresiones en primer plano o toma distancia. Lo sigue y lo persigue pero nunca lo suelta. Un poco como si los Hermanos Dardenne hubieran filmado un thriller. Cada escena es un plano secuencia casi siempre en movimiento donde se nota una coreografía y una puesta minuciosa para que todo fluya y parezca natural. Hay un cierto comentario social en la primera parte de la película, en el retrato de cierta actitudes mezquinas y arribistas que reconocemos en nuestras clases medias: La idea que Ariel tiene en un principio de que está todo bien mientras el ajuste le toque al otro y cómo todo cambia cuando el excluido es uno, la forma en que su amigo (que sí se encuentra entre los favorecidos) asume el discurso de la empresa, o la postura pro-patronal de su suegro quien muy suelto de cuerpo declara que si es necesario los trabajadores tienen que comprender las necesidades de la empresa y sacrificarse. De todos modos, esto cede en la segunda mitad a la trama policial haciendonos asistir a la progresiva encerrona en que su protagonista se va metiendo. Y si el cargamento de droga funciona como McGuffin para meter a Ariel en esa situación nueva y peligrosa, su situación de desocupado reciente funciona más como la excusa argumental para forzarlo a aceptar el encargo y para que el relato avance. Es en esta instancia donde El cauce mejor funciona, al entregarse plenamente a su condición de film de género sin más pretensiones. Su apuesta formal no desentona ni se contradice con este mismo carácter sino que lo refuerza, dejando entrever una presencia ominosa en el fuera de campo, contribuyendo a la identificación con el protagonista y sumando una tensión que logra sostenerse hasta el fin. CAUCE Cauce. Argentina. 2017. Dirección: Agustín Falco. Intérpretes: Juan Nemirovsky, Alberto Ajaka, Luis Machín, Martín Slipak, Agustina Ferrari. Guión: Agustín Falco. Fotografía: Claudio Perin. Música: Ariel Echarren. Edición: Lucio Azcurrain. Duración: 75 minutos.
En El empleo del tiempo, aquella película de Laurent Cantet filmada apenas dos años después de su consagración con Recursos humanos, un ejecutivo era despedido de una empresa y esa decisión económica abría un abismo moral ante sus pies: ¿cómo seguir ahora, con esas horas vacías, con el enigma de lo que se viene? Para el Ariel (Juan Nemirovsky) de Cauce, la ópera prima del santafesino Agustín Falco, la pérdida es similar, repentina, percibida como irreversible y tan trágica como aquella, aunque en otro tiempo y otro lugar. El mundo del trabajo, moldeado bajo las normas del capitalismo, se vuelve vida y necesidad, identidad y enajenación. Cuando llega a su lugar de trabajo, Ariel descubre que ha sido despedido, que no puede entrar al edificio, que nadie tiene nada para decirle. La cámara se ciñe sobre su mirada desencajada, sobre su piel impregnada en sudor. Ahí están las mejores escenas. Bajo el arco del policial, ese movimiento inicial se desvía desde el desempleo forzado a una lancha de pesca en el río, del cumpleaños del suegro al boliche del Tano (Alejandro Ajaka), y se interna en una espiral definida por los giros del guión antes que por el devenir de aquella incertidumbre de la primera escena. Falco ajusta su ambición a ese pequeño derrotero delictivo iniciado en la angustia laboral, pero se enreda en causalidades efectistas y pobres resoluciones.
De Santa Fe viene este film sobre un padre de familia que se queda sin trabajo y se mete en un negocio turbio, incapaz de contar la verdad a su familia. Con las actuaciones de Luis Machín, Juan Nemirovsky y Martín Slipak.
Esta es una de esas películas Argentinas que pasa desapercibida por el cine, no tiene muchos nombres conocidos, no tiene grandes publicidades, y es una pena porque es una película interesante. Éramos sólo cinco personas en la sala, y a causa de esto probablemente este film no dure más de una semana en la cartelera. Comienza con una típica postal argenta, una empresa despide a muchos empleados y uno de ellos es nuestro protagonista quién dice “Pero yo soy supervisor” buscando de alguna forma mantener el trabajo, y demostrando que en una multinacional no importa que te pongas la camiseta, no importa la jerarquía, recibís una patadita igual. Mostrando detalles sutiles de algunas cosas que uno se pregunta (como por ejemplo la renguera del guardia de seguridad, es mínima pero necesaria) y de esta típica postal de nuestro país se desarrolla la historia en un devenir (en un cauce podría decirse) El desarrollo del film es interesante. Transcurren dos días en la vida de nuestro protagonista, nada más que dos días en donde pasan un centenar de cosas. Quizás suene inverosímil, pero a mi entender en dos días pueden pasar muchas cosas. Y esas cosas que pasan están muy bien contadas y desarrolladas por parte del director/guionista Falco. Me gustó bastante la actuación del actor principal y del personaje de “El Tano”, también es interesante el trabajo del personaje de Sofía que, si bien no aparece mucho en pantalla, lo poco que aparece lo hace muy bien. Una banda sonora que por momentos me descolocaba, pero no era molesto. En la escena pasional que hay fue el lugar donde más me descolocaba pero a su vez me hacía “esperar” algo. La sorpresa era inminente. Y esto es algo que está a lo largo del film, esa tensión de saber que algo está al caer, y es algo muy interesante que está bien desarrollado. Personalmente me molestan las escenas “estáticas” dónde no pasa nada, está el personaje en silencio mirando la nada. Por suerte en esta película hay una sola de esas escenas y está casi al comienzo. Otra escena similar hay luego junto con su pequeña hija, pero esa escena está cargada de emociones que se leen en la cara del personaje y en ese silencio necesario. No fueron de mi agrado los cortes bruscos entre momentos, quizás fue la mejor opción para el director. Mi recomendación: Peli nacional bien interesante, el que guste de lo local que la vaya a ver al cine así logra estar más de una semana en cartelera. Zona de spoilers: Este spoiler va dedicado al director de la película (no sé si leerá esto, pero igual) ¿Por qué ese final Agustín? Espero que por lo menos saques “Cauce 2” Soy de las personas que le gusta tener todo resuelto, y vos me dejas para que yo me imagine el final que quiera.
Drogas en continuado Convertir un drama social en un narco-thriller que surca las calles de Santa Fe capital y los ríos de Rincón es un desafío del que, con maestría narrativa y personalidad técnica, ha sabido enfrentar el director santafesino Agustín Falco de una película, su ópera prima, producida íntegramente en la provincia con subsidios, equipos y elenco de la región. La decisión de filmar la historia a través de la técnica del plano-secuencia (esto es, cuando la cámara se mueve con la acción generando largas escenas sin cortes) y además hacerlo con continuos primeros planos del protagonista es, de entrada, un riesgo del que “Cauce” sale absolutamente airoso. Quizás sea por la muy interesante búsqueda de no circunscribir el relato a lo típicamente icónico, ofreciendo otros detalles desde la perspectiva de los personajes o desde la paleta de sonidos que los rodea. Un joven de clase media se queda sin trabajo, y sin decírselo a su familia, se enreda casi de casualidad, u obligado por las circunstancias, en la fallida entrega de un cargamento de drogas. Ariel es Juan Nemirowsky (el mismo del capítulo “Sueño de barrio” de “Lo que se dice un ídolo”, la película sobre cuentos de Fontanarrosa, y de la serie policial “Balas perdidas” sobre el caso Fendrich que fue este año por la Televisión Pública), a lo mejor también responsable de la intensa atención que demanda el filme gracias a su calidad interpretativa. No es fácil tener una cámara delante de sí toda la película e ir construyendo los climas sólo con el rostro en primer plano. Con todo, “Cauce” es un negro cuento sobre las nuevas formas de delincuencia en nuestra zona contada por gente de acá, con recursos santafesinos y con la provincia como set de filmación. Para imitar.