Sin alcanzar las cimas de trabajos anteriores, la nueva propuesta de animación de Aardman es siempre bella y eficaz para el público infantil.
Con seis largometrajes y decenas de cortos en su haber, el estudio británico Aardman (Pollitos en fuga, Wallace y Gromit: La batalla de los vegetales, Shaun, el cordero: La película) se ha convertido en uno de los grandes referentes de la animación stop-motion junto a Laika (ParaNorman, Coraline y la puerta secreta). El estilo que lo volvió famoso se mantiene inaltareble en El cavernícola: criaturas de plastilina, historias simples, directas, sin el gramaje emocional ni la imaginería visual grandilocuente de Pixar, pero con un humor infantil sumamente eficaz.
El cavernícola imagina los origenes del fútbol en una pequeña tribu de la Edad de Piedra. A ella pertenece Dug, un joven que aspira a dejar de vivir de la caza de conejos e intentar atrapar animales más grandes. Al lado de ellos hay un reino en la Edad de Bronce, más poderoso, que termina desplazándolos. La única forma para Dug y compañía de volver al terreno será un partido de fútbol contra el hiper profesional seleccionado local.
Dirigido por Nick Park, uno de los principales artistas y directivos de Aardman, el film no ofrece demasiadas matices ni subtextos. Tampoco guiños ni canchereadas destinadas a satisfacer a los más grandes. Lo de El cavernícola es hablarle directamente a los más chicos a través de un relato sencillo, con personajes queribles y un humor que de tan inocente a alguno podrá parecerle demodé.
Con el malvado Lord Nooth y la paloma mensajera que replica voz y gestos de la reina como responsables de los momentos más logrados, El cavernícola pierde algunos puntos cuando, sobre el final, utilice el fútbol para poner en boca de Dug algunas enseñanzas sobre el trabajo en equipo y la vida en comunidad. No era necesario explicar nada.