La batalla que no tiene fin
Plagada de lugares comunes y previsibles, lo que incomoda en el film de Andy Tennant es su tono medio, la crispación que produce ver cómo el metraje avanza y no hay sorpresa alguna. Es elogiable el empeño de Jennifer Aniston, quien le impone un poco de gracia al relato.
Cuando una comedia como El caza recompensas (The Bounty Hunter) aparece en cartelera y –sobre todo- cuando pasan cinco minutos y se comprende el combo chico y chica muy distintos entre sí tendrán un romance, el horizonte de expectativas responde más bien a cómo el film se adecuará a un género (la screwball comedy, en este caso) con un mínimo grado de solvencia. Claro que siempre hay variaciones, en este caso chico y chica fueron alguna vez marido y mujer. Y la película comienza mostrando lo que sucede en la mitad del relato, en el momento que –por un motivo que no develaremos- el ex marido, un policía alejado de la fuerza que persigue fugitivos, acaba de perder a una nueva presa: su ex mujer.
El resto ofrece una trama policial un tanto antojadiza, algunos personajes secundarios que no trascienden más allá de la caricatura (un loser enamorado de ella, su madre patética y sensual) y algún paso de comedia que provoca una sonrisa. Volviendo al aspecto genérico, ¿hay efectividad? Sí y no. Gerard Butler reduce su interpretación a la mímesis, como si –consciente de que encarna un estereotipo machista- se contentara con reproducir gestos al típico canchero que siempre sale ganando. Valor genérico no implica falta de autenticidad, algo que por los tiempos de los films de Billy Wilder había de sobra.
En el caso de Jennifer Aniston ocurre lo contrario. Su personaje no es tan unidimensionado como el de Gerard Butler. Periodista que simula haber conquistado el tan mentado sueño americano, aun en su aparente conformidad pareciera pedir a gritos una vida más sentimental. Ella es también la que marca el punto de quiebre y pone en funcionamiento los enredos constitutivos a este tipo de comedia. El timming del film no siempre acompaña a los gags, que en algunos casos se presentan disgregados de la totalidad del relato.
La batalla de los sexos parece ser eterna, eso queda claro. Que el film revisite los lugares comunes de un género que cada tanto da sorpresas no es lo exasperante. Lo que sí cuesta creer es que ni aun con un manual en mano, el guionista primero y el director después hayan conseguido más que una tímida sonrisa. Y eso no causa gracia.