Cazador cazado
Aunque cueste creerlo El cazador (2020) es la segunda película que Marco Berger realiza con apoyo del INCAA, el prolífico director argentino que cuenta con cinco películas anteriores realizadas en soledad (Plan B, Ausente, Hawaii, Mariposa, Un rubio), una codirigida (Taekwondo), otras tres colaborativas (Tensión Sexual. Volúmen 1: Volátil, Tensión Sexual: Violetas, 5), y una próxima en postproducción (El fulgor), no se queda de brazos cruzados y produce más allá de las trabas burocráticas y los tiempos del Estado.
El cazador (2020), cuyo estreno mundial se realizó en el apartado competitivo Big Screen del prestigioso Festival de Rotterdam 2020, ahonda en un tema escabroso al que muchas veces el cine le huye como lo es la problemática de la pornografía infantil.
Ezequiel (debut de Juan Pablo Cestaro con un extraño parecido al primer Tom Cruise) es un adolescente de clase media que se encuentra en medio del despertar sexual y la experimentación en pos de descubrir que es lo que en realidad quiere para su futuro. Sus padres están de vacaciones en Europa y él está al cuidado de la casona familiar bajo la tutela de una tía que lo visita tres veces por semana y lo llama todas las noches a las 21 horas. Tiene libertad pero también está semicontrolado y todos los indicios hacen suponer que más allá de algún desliz es un joven responsable y más adulto de lo que representa su edad. Ezequiel conoce a Mono (Lautaro Rodríguez), un muchacho skater más grande que él, se atraen, y terminan pasando la noche juntos. Entre ambos nace una amistad mezclada con sexo que irá tomando aristas insospechadas con la aparición de un supuesto primo (Juan Barberini) y un negocio maquiavélico.
El cazador se divide claramente en dos partes. En la primera donde la víctima es cazada y una segunda donde esta toma el rol de cazador. Durante la etapa inicial Berger trabaja la historia a partir de algunos elementos del thriller, jugando con el suspenso, la intriga y una extraña sensación de que algo va a suceder pero no se sabe muy bien qué. Los espacios cumplen un rol esencial en ese juego de climas donde se pasa de la luminosidad y el minimalismo de la casa familiar a la oscuridad y abandono de la casona del Chino, el primo del Mono, generando una tensión increscendo, y no precisamente sexual, como la que nos tiene acostumbrados el realizador. En El cazador nada es explícito, todo es sutil, insinuado. Lo que no se ve dice mucho más que aquello que se muestra.
En la segunda parte de la historia los roles se cambian y la víctima se convierte en cazador como parte de un chantaje. En esta etapa Berger abandona en parte los elementos del cine de género y trabaja la historia desde la internzalización del personaje. Ahonda sobre los vínculos familiares, la distancia generacional entre padre e hijos, en donde todo funciona en apariencia bien pero ninguno sabe cómo abordar al otro. Los padres no ven por lo que está pasando Ezequiel y Ezequiel no sabe exteriorizar lo que le pasa. Busca la forma de resolver el problema que lo atraviesa por su cuenta pero solo no puede. En este tramo de la historia aparece el personaje de Patricio Rodríguez, la nueva víctima, en la que Ezequiel se ve reflejado como si se tratara de su espejo.
Sobre el final Ezequiel se quiebra y, en un diálogo fuera de campo, le cuenta a su padre (Luciano Cazaux) lo que está viviendo. Lo vemos pero no lo oímos. Es en ese momento de acercamiento cuando la atmosfera entumecida que rodeaba la historia se disipa y una brisa de aire puro se puede respirar después más de cien minutos de una tensión envolvente.