Dueño de una mirada provocadora y superadora de cualquier lugar común dentro del género, Marco Berger ha logrado instalar (casi) por primera vez dentro del cine nacional, la construcción de un universo centrado en el homoerotismo de sus protagonistas, que ya ha logrado transformarse en una marca completamente distintiva en su obra: las pulsiones, un deseo que muchas veces tarda en concretarse, miradas y señales que forman parte de un mecanismo de seducción que Berger plasma en la pantalla y sabe coreografiar como pocos.
Además es un cineasta que ha logrado superarse a sí mismo, y pasados sus relatos iniciales centrados en la historia de “chico conoce chico” como “Plan B” “Hawaii” o incluso en “Ausente” –aunque con otros ribetes y diferencias-, su filmografía encuentra en “Un Rubio” un gran punto de inflexión: una obra mucho más madura, con una exploración mucho más profunda y abre, en cierto modo, una nueva etapa en su cine.
Es así como llega “EL CAZADOR”, su nuevo trabajo que se estrena dentro de la programación de la plataforma www.cine.ar/play, en donde vuelve a trabajar la construcción de una identidad –no sólo en el plano meramente sexual pero partiendo desde esa premisa- y del fluir del propio deseo, sumándole en este caso, la exploración de un nuevo territorio, que atravesará en forma de thriller psicológico, cuando el protagonista se enfrente con una revelación inesperada.
Con su sello personal, Berger apela a los elementos típicos en su filmografía; vuelve a instalar ese recorrido de la cámara explorando el cuerpo masculino –fragmentándolo y recomponiéndolo-, la desnudez, la insinuación, la mirada voyeur depositada en el espectador y ese código de gestos, silencios y miradas, que ahora lo tienen a Ezequiel (magnífico Juan Pablo Cestaro llevando el peso protagónico del relato) en el centro de la escena: un adolescente de clase media bastante acomodada que mantiene algunos encuentros con otros hombres en su casa, en donde hay una fuerte ausencia de la estructura familiar que brinde cierta contención.
Su mundo cambia por completo cuando conoce en una plaza del barrio a Mono (Lautaro Rodriguez), entregándose a un juego de seducción correspondido donde se inicia una pequeña relación. Pronto Mono lo invita a pasar un fin de semana en la quinta de su primo “el Chino” y durante esa noche que queden solos en la casa, Ezequiel ignorará por completo lo que está planeado. Sin saberlo, caerá en una trampa que poco tiene que ver con la historia de amor que él pensaba que estaba iniciando con Mono.
Este momento es una bisagra fundamental que divide a “EL CAZADOR” en dos mitades bien diferenciadas. No solamente por el rol que cumplirá Ezequiel en cada una de ellas –antagónicos y a la vez complementarios-, sino por el tratamiento que propone Berger tanto en el clima como en el guion, para cada una de las dos mitades de la historia.
En la primera parte se manejan climas enrarecidos –no solamente porque Ezequiel vive marginalmente, secretamente y a escondidas su sexualidad- sino que el clima de thriller hace densa la atmósfera, que irradia una sensación de peligro aun cuando las imágenes puedan decir lo contrario.
Finalmente todo cambia cuando Ezequiel haya caído en la trama: su noche con el Mono que pensaba a solas, ha sido filmada y será usada como extorsión para que su intimidad se haga pública y salga a la luz. Al mismo tiempo, “el Chino” le propondrá un negocio, de forma tal que su secreto quede a salvo.
Berger había propuesto un hermoso espejo para el conjunto de sus personajes de “Mariposa”, y la manera que tiene Ezequiel de evitar que se difunda el video, será justamente atravesar ese espejo e invertir los roles. Más precisamente, el negocio que el Chino le propone es que le acerque una nueva “presa”, que alguien ocupe ahora el lugar que él inocentemente y sin saberlo ha ocupado.
Así se produce el encuentro con Juan Ignacio (Patricio Rodríguez), un joven que parece estar unos escalones más atrás que Ezequiel, intentando descubrirse a sí mismo y dejándose atravesar por esa atracción que siente por el mismo sexo.
En esta segunda mitad, sin abandonar el clima de tensión, la cámara apela nuevamente a los primeros planos mientras que el guion propone una mirada más introspectiva en torno al protagonista, quien se debate entre su propia ética y ejecutar esa propuesta que le permita “salvarse”: aparece irremediablemente un sentimiento de culpa que lo atraviesa, sabiendo que deberá victimizar a otro para que de esta forma pueda perpetuarse la cadena.
Una segunda parte en la que se hace mucho más profundo un planteo moral en el personaje, inherente a su construcción y su escala de valores, identidad que va mucho más allá de una mera elección sexual. Es ahora cuando la tensión que estaba presente en el afuera, finalmente se internaliza y Ezequiel empieza a vivenciar las contradicciones que se presentan al intentar llevar a cabo la propuesta del Chino.
Berger vuelve sobre su propia obra, retoma algunas de sus principales obsesiones y avanza varios casilleros, internándose en zonas más oscuras, no solamente por tocar el tema de la pornografía que involucra a menores, sino por una profundidad mucho más marcada en el conflicto de sus personajes.
A un brillante trabajo protagónico de Juan Pablo Cestaro se suma una excelente química con Lautaro Rodríguez (el Mono), y la participación de Juan Barberini, (“Fin de Siglo” “El incendio” “La Flor”) como “el Chino”, en un papel completamente diferente al que nos tiene acostumbrados.
Nuevamente Berger arriesga y gana con un trabajo que explora un registro diferente pero que acierta con esa misma seguridad que siempre atraviesa su obra.
POR QUE SI:
» La atmósfera irradia una sensación de peligro aun cuando las imágenes puedan decir lo contrario»