Blancanieves y el cazador era buenísima por razones tan fáciles de enumerar como difíciles de encontrar en la habitual vacuidad de los tanques. La nómina incluía, entre otras cosas, emotividad, nervio y tensión narrativa, personajes magnéticos y una malvada deliberadamente al palo. Allí se partía del clásico de los hermanos Grimm para deformarlo hasta lo irreconocible, pero siempre en función del sentido de la aventura y la fantasía, dando como resultado una épica más cercana a una hipotética cruza entre las historias de Juana de Arco –la heroína era activa y de armas tomar, aunque demasiado chupacirios– y de Game of Thrones que a la de la versión animada de Disney. Reverla a la luz de esta suerte de precuela llamada El cazador y la reina del hielo invita a pensar que esa anomalía salió como salió a) de pura casualidad o b) porque a nadie dentro del estudio le importaba demasiado el proyecto, y dejaron que el equipo creativo hiciera lo que se le cantara y resultó que lo hicieron bárbaro. Ya sin beneplácito del azar y cambiado el director (salió Rupert Sanders, entró Cedric Nicolas-Troyan) y los guionistas, la subversión de aquel film de 2012 aquí aparece igual de limada y suavizada que en nueve de cada diez superproducciones.
El cazador y la reina del hielo es una de esas películas sobre las que no puede decirse nada demasiado bueno, pero tampoco demasiado malo. Es, en todo caso, el último exponente de la etapa de productos lipoaspirados, tersos como sábana de hotel y creados mitad con cámaras y mitad con computadoras que escupen las líneas de montaje de los grandes estudios. El relato comienza unos cuantos años antes que Blancanieves y el cazador, cuando la Reina Ravenna (Charlize Theron) ya era la bruja más femme-fatale que se recuerde. La que era buena y creía en el amor era su hermana Freya (Emily Blunt). Hasta que dejó de hacerlo, y emigró de ese reino para fundar uno propio y regirlo con puño de hierro. De hielo, mejor dicho, ya que la señorita tiene el poder –o habilidad o talento: no se sabe muy bien por qué ni de dónde viene– de congelar lo que toque.
Bajo su dominio viven dos guerreros entrenados juntos desde chicos que en la adultez tienen los portes de Chris “Thor” Hemsworth y Jessica Chastain. El primero no anda con un martillo mágico, pero sí con un hacha con la que puede hacer prácticamente cualquier cosa, y la segunda domina el arco y la flecha como pocas. Ante la certeza de que están enamorados hasta el tuétano, Freya no tiene mejor idea que boletearlos. Aunque al final no: siete años y todos los sucesos del film anterior después (muerte de Ravenna, asenso de Blancanieves al trono), la parejita se reencuentra para ir en busca del espejo. Espejo que antes devolvía una imagen igual de deformada que la película y ahora una borrosa…igual que la película. Hija dilecta del concepto narrativo maximizado por El señor de los anillos –gente caminando en un bosque fantástico y sorteando distintas adversidades–, El cazador… olvida el ritmo avasallador de la primera película para terminar siendo un –otro– demasiado modesto relato de aventuras.