Subí que te llevo
Inquietante, feroz, incómoda, sin concesiones, El cazador es una despiadada visión de la condición humana en situaciones extremas. Perteneciente al subgénero del cine post-apocalíptico, recurrente hasta el agotamiento en los últimos años, esta película del realizador australiano David Michôd redescubre esta impronta otorgándole una visceralidad casi intolerable. Todo lo que se ve o vislumbra en el film llega a las entrañas, se transforma en una vivencia compartida con el espectador en la que lo que ocurre parece palparse, olerse y hasta saborearse, en el peor sentido del término.
Con un aliento de western desolado y futurista, El cazador reserva un espacio considerable a la redención, a la posible salvación de almas irredentas. El insospechado vínculo que se establece entre un hombre aparentemente desalmado e implacable y un joven desorientado y de escaso raciocinio signa de manera poderosa la segunda parte del film. El primero le salva la vida al otro sólo con la intención de no perder la pista de su vehículo robado, un auto rastreado obsesivamente quizá por contener algo valioso o como transporte en un mundo anárquico y desquiciado. Pero esa relación ventajosa entre ambos adquirirá otra envergadura, acercándola casi imperceptiblemente a una rara humanidad.
Un impecable y pleno de sutiles matices Guy Pearce, componiendo a un lúcido y contradictorio criminal, acompañado por un sorprendente e irreconocible Robert Pattinson, cada vez más comprometido con su carrera artística, enriquecen una pieza notable, que va bastante más allá de estar adscripta a un estilo fílmico en boga. Un inesperado final, relacionado con ese codiciado automóvil, conmueve y redimensiona el film.