Un karaoke con chinos. Tierra de nadie. Enanos drogones. Carreteras polvorientas. Western. Un auto, un perro, dos hombres.
A prori, la sumatoria de estos elementos, implantados en el marco de una road movie, no suena mal. Pero, cuando los personajes no muestran motivaciones o contexto alguno para hacer lo que hacen, el encuentro impensado y el viaje que los une nos va abandonando en el camino, como arrojándonos, casualmente, de un auto en movimiento. No: no es una road movie existencialista de Monte Hellman. Ya quisiéramos.
Eric (Guy Pearce) es un tipo que vive en el medio de la nada, en alguna ciudad del sur de Australia que se parece bastante a ese sur profundo de Estados Unidos, que tantas veces vimos, pero más profundo aún, más sucio, más desértico, más árido, más tierra de nadie. Una suerte de Deliverance pero sin violaciones, una Sin Lugar para los Débiles pero con armas más convencionales. Es decir: setentas aligerados y ochentas sin ironía. Cinefilia selectiva. Boorman y los Coen for dummies.
Y a Eric, un tipo impávido y, a primera vista, abúlico, le roban el auto, y eso desata todo su instinto cazador. Nunca sabemos (hasta la escena final) por qué ese auto destartalado es causal de tanta preocupación, de tanta persecución desenfrenada. A un tipo que no tiene nada que perder ¿por qué puede importarle tanto perder su auto hecho mierda?
Y esa persecución incluye muertes varias, visitas a lugares cada vez más inhóspitos y áridos, en lo que se ve como un derrotero sin sentido de un muerto en vida.
Pero ese muerto en vida encuentra en su interior cierto atisbo de humanidad cuando conoce a Rey (Robert Pattinson, en un nuevo intento desesperado por tomarse –y que tomen– en serio su carrera), una especie de Simple Jack (el personaje subnormal de Tropic Thunder, de Ben Stiller) del subdesarrollo y la miseria. Parafraseando a esa obra maestra, una de las enseñanzas de Tropic Thunder era que cuando la gente no te valora demasiado como actor, no te queda otra que jugártela al todo o nada y sacar la poco afortunada carta del full-retard. Casi nunca garpa. Y esta no es la excepción.
Y, como decíamos, Eric y Rey se juntan para ir en busca el primero de su auto y el segundo de su hermano y los amigos que lo dejaron herido y abandonado. ¿Llegó Rain Man al asado?
Y Eric, el tipo impávido, al que no se le mueve un pelo, incapaz de conmoverse ante nada, empieza a sentir una mezcla de entre cariño y pena por este chico con retraso que fue abandonado por su hermano y amigos. Rain Man is in da haus. ¿ I Am Sam? Todo es posible en los campos del señor y en la Australia profunda.
Los personajes en El Cazador son islotes, cachos de tierra en un paisaje recóndito.
Pero no llegamos a saber nada de ninguno de los dos, ni la relación avanza en ninguna dirección posible, como tampoco conocemos nada de Eric y su búsqueda implacable, o de cómo llegó a estar dónde está y ser quién es, ni de Rey y su relación con su hermano. Solo presenciamos, como testigos oculares, muertes despiadadas, filmadas con realismo y crudeza, a tono con el hábitat, la atmósfera del lugar, la suciedad y la aridez. Pero los personajes son islotes, cachos de tierra en un paisaje recóndito. La profundidad psicológica amenaza, pero lo que brota es el efectismo sobre-actoral. El resultado es un esperpento. Recién en la escena final develamos el motor de la búsqueda, lo que había adentro del auto y lo que motivó a Eric a emprender su viaje. Pero como que se les hizo un poco tarde para la empatía, ¿no?
Paradoja: En tierra de nadie, habitada por muertos vivos, un perro muerto en un baúl cobra más importancia que cualquier ser humano, vivo, muerto, enano o retardado. Humanismo para todos.