Mad Max atravesado por Cormac McCarthy
En el comienzo de la australiana El cazador (The Rover, 2014), espacio y tiempo nos recuerdan a Mad Max (1979). “Diez años después de un colapso económico global” anuncia el texto debajo de la imagen y nos ubica en un futuro apocalíptico. Los escenarios son grandes terrenos despoblados, y la acción transcurre en las carreteras con personajes temibles y de pocas palabras.
Pero si buscamos referencias, la película tiene mayores puntos en común con las novelas de Cormac McCarthy –con The Road sobre todo- que con el film australiano interpretado por Mel Gibson. El cazador no es una película de acción y venganza, sino un drama profundo sobre las necesidades humanas en un momento de desesperación.
Hecho que explica –aunque nunca justifica- el comportamiento del protagonista (un parco Guy Pearce) atravesado por un hecho doloroso que desconocemos y que actúa sin el menor indicio de piedad para conseguir su auto que le fue robado. O su compañero de ruta (un Robert Pattinson en la mejor actuación de su carrera), el desequilibrado hermano del ladrón.
El cazador es una película escéptica, seca y árida como el paisaje rural australiano de las carreteras que transita. Sus personajes son personajes de prisión: están continuamente a la defensiva, con la agresión marcada en el rostro y escondiendo continuamente su vulnerabilidad ante los otros. En ese universo surge la necesidad de comunicarse, de establecer una relación con el otro, aquello que hace sensible al individuo y le devuelve su humanismo.
Como película, el film escrito y dirigido por David Michôd no escatima en silencios, lentos movimientos de cámara y brutales escenas de violencia. Pero son justamente tales recursos los que le otorgan al relato una percepción única, una textura, un clima enigmático y crudo, y un aire de grandeza en la pequeña historia que narra.