Un prólogo indica que esta historia sucede diez años después del último colapso económico mundial. La única función que cumple esta introducción es situarnos en un contexto que, sin embargo, a partir de la escasez de recursos es totalmente atemporal. El Cazador (The Rover en su idioma original, que tiene bastante más que ver con su argumento) es la lacónica historia de un hombre cuya única pertenencia (un viejo auto) es robada y, sin nada que perder, se obsesiona por recuperarlo, así exista la posibilidad de que muera en el intento. En su odisea se acopla Rey (Robert Pattison, lejos del vampiro light que lo hizo famoso), hermano de uno de los ladrones que, por maldad o estupidez, se metieron con el tipo equivocado.
Desde los paisajes desiertos de gente y rodeados de anarquía, la película de David Michod se asemeja a La Carretera, novela de Cormac McCarthy llevada al cine por John Hillcoat, pero con una gran diferencia: mientras una se aventuraba a pronosticar al desorden total y siempre bajo un eterno cielo nublado (por la contaminación ambiental), ésta lo hace desde el absurdo de los valores nominales vs simbólicos (“es sólo un papel”, le explica el protagonista a alguien que dice “sólo aceptar dólares americanos”) y siempre bajo el sol. Un sol que, sospechamos, irradia cada día más fuerte por las mismas razones lamentables.
Michod deja en claro que lo que importa aquí no es el argumento, ya que el robo del auto es tan solo una excusa para ver crecer a dos personajes opuestos: uno un sobreviviente errante incapaz de empatizar con alguien (ni siquiera con sí mismo), y el otro un joven descuidado que aún necesita aprender a sobrevivir. Este contrapunto clásico de pareja-dispareja no se aborda desde el humor sino desde la crudeza donde uno terminará dependiendo del otro para seguir avanzando. Es un artilugio de guión conocido, pero es efectivo y gracias a la inteligente dirección de Michod no se resiente sino que se disfruta.
Un final apagado y algo pesimista sirve de clausura para un film que no podía terminar en tono feliz, y recuerda que, al fin y al cabo, todos estamos solos en última instancia y conviene aprender a protegerse. Manual básico de supervivencia para el fin del mundo como lo conocemos, que no agrega ningún capítulo al mismo pero entretiene sin caer en lugares comunes.