Es raro encontrar una película que, sin apelar al efecto especial, logre una experiencia inmersiva para el espectador. Aquí estamos en la cocina de un hotel, en la noche más compleja del año, con mucha gente trabajando de modo intenso, con un chef que ha construido mucho y que depende de que todo salga perfecto, y con un inspector de salubridad que coloca todo en jaque, sin contar la exigencias a veces disparatadas de los comensales. Con un ritmo constante y una enorme precisión, la película construye y nos introduce en ese mundo, y poco a poco va generando -con mucho humor, pero también con mucha tensión- un climax de tono satisfactorio: es como debe ser y se llega a él con pasos perfectos. Como toda buena película, olvidamos que se trata de una película, que estamos en el cine, que esos personajes no existen. La pequeña hazaña de este film consiste en su verdad.