Hay películas que ostentan de cierto virtuosismo como si fuera condición sine qua non para su aceptación instantánea y hay películas como El chef, del británico Philip Barantini, basada en su propio cortometraje de 2019 que también había sido protagonizado por el infalible Stephen Graham (El irlandés, Time, Peaky Blinders). En este caso, la decisión del realizador de filmar su largometraje en un plano secuencia no solo no resulta caprichosa o un indicio de megalomanía sino un recurso funcional a un relato que no da respiro y que muestra el “detrás de escena” de un restaurante londinense en el que los ánimos están caldeados desde el momento en que ingresa su dueño por la puerta, Andy (Graham, extraordinario), y se encuentra con un inspector de sanidad que tiene una mala noticia para darle. Como ese boiling point del título original lo adelanta, el film se desarrolla de manera vertiginosa, hirviendo, in crescendo, con el peor de los escenarios como destino final.
El guion de Barantini y James Cummings –nominado a los premios Bafta 2021 en los que El chef aspiró a cuatro estatuillas– primero sigue a su figura central, un chef que dejó de ser líder, perdió el respeto de su equipo y sufre por la imposibilidad de ver a su hijo como consecuencia de sus adicciones. De esta forma, cuando Andy se adentra en la cocina, su propio caos se ve reflejado en ésta, donde algunos empleados no se concentran en su trabajo, otros llegan tarde por no considerarlo importante, mientras que algunos se comprometen con ese restaurante por seguir atados a un concepto efímero de fidelidad a su factótum.
Además de las fascinantes interacciones entre esos integrantes del equipo con diferentes visiones y posturas ante esa jornada laboral sin tregua, El chef también muestra el efecto que tiene en ellos el lidiar sin perder la calma con una clientela heterogénea. En el film hay una mordaz crítica a los influencers y sus delirios de grandeza, a quienes avasallan al staff con pedidos inusitados, y a aquellos que ven a los meseros como personas que no merecen respeto, que están allí a merced de ellos que dan las órdenes. Por otro lado, Barantini y Cummings presentan, de modo inevitable, el que sería el conflicto mayor: la disputa entre Andy y un exsocio por ese restaurante que tambalea. Si bien el primero se niega a soltar aquello que, en realidad, ya dejó de ser suyo hace tiempo, el segundo expone la cara más fría de quienes manejan un negocio donde no hay lugar para los débiles.
El chef pendula entre esas transacciones que se realizan en una noche gastronómica ajetreada y el costado más humano de quienes les imprimen un valor agregado a sus platos. En cuanto a ésto, se destaca la actriz Vinette Robinson como una chef que no le quiere soltar la mano a su jefe y que se debate entre aceptar otra oferta o continuar en un lugar donde frecuentemente toma el timón porque nadie quiere sostenerlo. El chef es una película claustrofóbica, lúgubre, desenfrenada, cuyo plano secuencia resulta anecdótico ante la suma de aciertos que va acumulando en su hora y media de duración. Como dijimos: Barantini no necesita ostentar.