¿Otra vez sopa?
No hace falta tomarse mucho tiempo para comprender de qué va la trama de El chef, comedia francesa vetusta y rancia, solamente amparada comercialmente por la presencia estelar de Jean Reno, quien lamentablemente ha dejado de brillar hace tiempo y transmite un cansancio en pantalla un tanto preocupante.
Para seguir con términos relacionados a lo culinario debe decirse que El chef, dirigida y escrita por el actor Daniel Cohen, carece de aderezos que la doten de cierta frescura o humor y principalmente porque los protagonistas son como el agua y el aceite: no hay química entre ellos y en ese juego de opuestos -muy opuestos- se nota.
Alexandre Lagarde es un chef exitoso que en la actualidad pende de los caprichos de su jefe a quien vendió la franquicia de sus restaurantes y que busca por todos los medios que le ceda el control absoluto para incorporar al negocio otra gente más joven. Mientras que Jacky debe encontrar un trabajo para mantener a su futuro hijo y asegurarle a su novia un futuro donde su sueño de convertirse en chef y codearse con los grandes como Alexandre no encaja. Pero todo cambia cuando el azar se cruce en su camino y tenga la posibilidad de mostrar su talento.
La curva de aprendizaje es el elemento común entre ambos, por un lado para Alexandre Lagarde (Jean Reno) haber conocido a Jacky Bonnot (Michaël Youn) implica recuperar el espíritu y los sabores del pasado cuando las críticas apuntan a que a pesar de su reputación como un chef tres estrellas se repite de manera constante y no se adapta a la nueva cocina, y por otro es Jacky quien sacará de esta relación la mejor tajada al cumplir el sueño de trabajar junto al hombre que admira y de quien conoce vida y obra en calidad de espectador autorizado y cocinero amateur.
Así las cosas, estos dos mundos se cruzan en el universo culinario y de esta manera entablan una unión de fuerzas para sacar a flote el restaurante de Lagarde que puede pasar a manos de la competencia si es que recibe una mala crítica.
Elemento débil desde el guión para cohesionar la historia y justificar la unión. No hay escena graciosa que funcione en este relato vacío, ni siquiera en el momento de Santiago Segura, quien personifica a un experto en cocina molecular e intenta infructuosamente aggiornar al protagonista para que abandone la cocina prehistórica. Sin embargo aquello que necesita aggiornarse en este caso es la propuesta, dado que no logra desplazarse un ápice del estereotipo y mucho menos adquirir un ritmo constante para no bostezar.