Cyril, un niño de 11 años, es llevado a un orfanato pero él se niega a creer que su padre haya tomado la decisión de dejarlo allí; el descubrimiento de ciertas verdades y el encuentro con una peluquera lo llevarán por sendas que no esperaba.
Los hermanos belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne comenzaron su carrera cinematográfica con retratos de gente de los barrios obreros y luego realizaron documentales en la misma ciudad donde hoy ruedan sus historias de ficción. Ya poseen lo que se denomina “sello de autor”; es decir, tienen un estilo consolidado y es el que uno espera ver cuando se encuentra con sus films. No se sabe si por casualidad o porque pasan los años y con ellos la mirada cambia, pero el dúo en su última película: El niño de la bicicleta, modificó un poco su tradicional forma de filmar; la historia ya no transcurre en días fríos y hoscos sino en la calidez del verano; la total ausencia de música fue invadida por Beethoven; los rostros de los actores ya no son sólo los de totales desconocidos, cuentan con el agregado de la angelical actriz internacional Cécile De France (Un secreto, Más allá de la vida). Pero no hay que desesperar, todos estos cambios no atentan en nada a la esencia de su cine, más bien suman. La aspereza continúa; protagonistas con elecciones morales cuestionables pero al mismo tiempo compresibles y que se apropian de nuestra simpatía, también.
En este nuevo rumbo que toman los directores hay un aire esperanzador del que carecían sus antiguas producciones (Rosetta, El silencio de Lorna) y hasta ellos mismos admiten que la historia se trata en cierto modo de un cuento de hadas: un niño que enfrenta la soledad y el desprecio y que además está a punto de caer en redes delictivas se topa con quien podría ser una especie de hada salvadora; obviamente, siendo una película de los hermanos Dardenne, el cuento no es para nada light ya que el peso de la realidad se instala en cada fotograma. Se ha dicho que estos realizadores hacen cine social por su ficción cuasi-documentalista y parece ser así; porque en su cine se respira lo contemporáneo, la crudeza de la globalización excluidora.
Thomas Doret se mete en el papel de Cyril como una verdadera revelación, Jérémie Renier (un actor fetiche de los Dardenne) se pone en el rol del padre y Cécile De France encarna a Samantha, la peluquera.
En palabra de los directores los diferentes espacios físicos en los que se desarrolla El niño de la bicicleta significaron lo siguiente: “Para esta película imaginamos un triángulo: la ciudad, el bosque y la gasolinera. El bosque es un lugar lleno de peligros para Cyril porque ahí es donde puede aprender a convertirse en delincuente. La ciudad representa el pasado con su padre, y el presente es Samantha. La gasolinera es un lugar de transición, donde el argumento adquiere nuevos y numerosos giros”.
Si se quiere, podría verse en El niño de la bicicleta algo de los 400 golpes de François Truffaut o una especie de continuación de El niño (un film de los Dardenne de 2002).
Alguien se preguntará por la bicicleta del título y es una pregunta muy acertada; a veces, el aferrarse a un objeto nos da seguridad, confianza, y eso es lo que encuentra Cyril en su velocípedo; es como una compañía imaginaria, esa que te sigue a donde necesitás y que te ayuda a descargarte.
En esta historia, a la que se asiste, desde los primeros minutos, de un modo abrupto, hay silencios en varias cuestiones que dejan guiños librados a la interpretación del espectador, lo cual le da un vuelo especial.
Los Dardenne ¿Conciben al cine como una herramienta de transformación social?: “Al cine le corresponde hacer vibrar las salas a través de sus personajes. Puede conmover y hacer surgir cosas insospechadas, pero no es nada programático. Justo en el momento en que Rosetta ganó el premio en Cannes una ministra tenía la idea de impulsar una ley dedicada a chicos y chicas jóvenes que tienen que dar sus primeros pasos en el mundo del empleo, y entonces la llamó “ley Rosetta”. Un amigo nos contó hace un mes que una chica de entre 20 y 25 años le dijo que ver Rosetta la había ayudado en su vida. Creemos que el cine puede cambiar el mundo: sin esa esperanza, ¿para qué hacer cine?”.